Cinco líneas
En mi mapa del tesoro tengo marcado en una isla, en vez de una «X», un punto rojo (lo veo mejor) donde tengo pensado pasar no solo unos días sino el resto de mi vida. La cuestión es que no me gusta viajar, pero no importa, porque cada tarde, después de comer, extiendo sobre la mesa esa vieja carta marina (de imitación comprada en un mercadillo); y, saboreando una copa de ron muy añejo, empiezo a pensar en mis andaduras por tan paradisiaco lugar. Con la imaginación ya he cumplido mi sueño.