Por mediación de El arca de las palabras del blog de Úrsula un nuevo relato para la ya conocida Tertulia de las diez.
Anoche estaba escribiendo un post, por una vez no necesitaba inspiración externa y tenia mi tema bien desarrollado en el editor del programa. La historia era como siempre, entre truculenta y siniestra, firmada con la ironía que me caracteriza. Lo más relevante fue lo que me paso a continuación.
Estaba revisando la puntuación y la ortografía, me falta un lustro de práctica para poder poner una sola frase sin tenerla que corregir o acentuar alguna palabra, cuando sin darme cuenta un sopor me dejo metido de lleno en la trama que yo estaba corrigiendo. El caso es que quien andaba, ni de noche ni de día, a través de esa densa bruma era yo mismo, mirando hacía el suelo, no como penitente, sino para seguir las líneas de la carretera.
Después de mucho andar, diría que interminables horas, un pequeño resquicio en la densa niebla, que me envolvía, dejaba ver a lo lejos el letrero de Estación de Servicio 24 horas. Ciertamente y no se porque no me alegré, solamente seguí andando en esa dirección sabedor que mi destino estaba ya más cerca. En esta ocasión, no fueron horas pero sí un buen rato, hasta que estuve delante de la puerta del local de mi peregrinación y entre en la cafetería a tomar un café.
El establecimiento era el típico, con su larga barra y en la pared una hilera de mesas, no sabía que hora era exactamente, busqué un reloj detrás del mostrador y, efectivamente, había uno grande y redondo pero no tenía agujas, salvo la del segundero que hacía su trabajo sin importarle la ausencia de sus compañeras. Tampoco me importaba demasiado que hora seria y busque un hueco en la barra. No había ruido alguno a pesar que aparte de mi sitio, todo el mostrador estaba lleno, lo mismo que las mesas, era como si el último asiento libre fuera, precisamente, el mío.
No me hizo falta pedir mi café, nada más sentarme me fue servido adivinando mi gusto. Tampoco le di importancia y empece a tomar sorbos de mi taza como si nada especial pasara. Al terminar mi bebida, instintivamente, volví a mirar el reloj que tenia enfrente con su imparable única saeta. De pronto, como por una megafonía se oyó una voz de tono metálico:
—El autobús ya está listo, señores pasajeros, vayan ocupando sus sitios en él.
Me acabo de despertar y veo en mis rodillas el portátil con esta entrada, solamente a falta de dar a publicar, se ve que me había quedado dormido. Hago click dos veces, como es habitual en este programa, para lanzar la entrada, ya está enviada. Me froto con las manos los ojos para acabar de desperezarme y al acabar veo que estoy sentado en un sillón del autobús, al lado de la ventanilla, a través de la cual solo diviso una espesa niebla. No estoy asustado pero me intento orientar de alguna forma mirando a mi alrededor, veo que el transporte esta lleno, las caras de mis compañeros de viaje me suenan vagamente, sí estoy seguro, son los mismos que estaban en la cafetería.