En el otro mundo se encontraron dos directores de cine, se habían conocido en la Academia de Artes. Uno era muy famoso por haber conseguido muchos premios y el otro solo un artesano con oficio y presupuestos ajustados. La soberbia todavía no se había desvanecido del todo, en este santo lugar, y el famoso hizo su conocido gesto de V como victorioso saludo. Fue respondido por su colega, con la mano abierta hacia arriba y una sonrisa, la de aquel que es recordado por su buenos trabajos; no del que, por los premios relegado ha quedado, a un segundo plano.