La tertulia de las diez: «Fuga a medianoche»


Por mediación de El arca de las palabras del blog de Úrsula un nuevo relato para la ya conocida Tertulia de las diez.

Todo estaba preparado desde hacía dos años y dispuesto para ejecutarse esta misma noche. Escaparse de un establecimiento vigilado, y con recinto perimétrico de seguridad, era una aventura solo al alcance de parejas muy compenetradas y afines; uno solo podría tener éxito también pero, ¿dónde está la satisfacción plena si no tienes un compañero de fuga para compartirla recíprocamente?

A las 23:55 ambos salieron de sus respectivas habitaciones silenciosos, pausados, escondidos, entre las sombras del pasillo que los separaba. Abajo, en el cuarto eléctrico, esperaron hasta ver ir al vigilante, en su ronda, al lado más alejado de la instalaciones. Sabían, que solo tendrían tres minutos para poder cruzar el medio kilómetro de parque, hasta la gran verja de entrada. Este fue, el punto crítico, para el éxito de su plan. Los tuvo durante meses sin salida, hasta que consiguieron hacerse con una llave del garaje; donde, por la noche, ponían a cargar las sillas de ruedas con batería.

A media noche, exactamente, el cortocircuito sonó como un estruendo en el silencio de la noche. La pareja de fugados atravesaron, en sus motorizados vehículos, a toda la velocidad que estos podían dar, el camino hasta la salida. Llegaron, con quince segundos de tiempo, para poder abrir manualmente la enorme verja electromagnética que, al estar sin corriente, cedió manualmente. Al cruzarla, volvieron a cerrarla, justo a tiempo. El alumbrado, al momento, indicaba que los automáticos habían reconectado la corriente eléctrica.

Por delante, los dos fugados, tenían un paseo de una hora hasta llegar al embarcadero local. La noche primaveral era fresca al estar el cielo completamente despejado, en cambio una luna en cuarto creciente y multitud de estrellas, como espectadores cómplices observaban a la pareja. Que plácidamente, paseaba del brazo, sin llamar lo más mínimo la atención de otras parejas; que hacían lo mismo, en tan hermosa medianoche.

El hijo mayor de Él seguía usando la vieja motora los fines de semana para pescar, por eso la probaba los jueves y la dejaba preparada para el viernes. Esta noche, su propietario original y su acompañante la usarían para acercarse al atraque principal; cerca, curiosamente, de la estación de autobuses. El paseo en barca, para los dos fugados, fue como un pequeño crucero, atravesando una bella bahía cubierta de estrellas.

Tenían tiempo de sobra hasta que saliera el autobús, rumbo a las playas mediterráneas; y en la cafetería de la estación, entre miradas cómplices, saborearon un bocadillo de jamón con un café express como el mejor de los manjares. Al pitido de aviso, subieron a sus contiguos asientos numerados, Internet hace cosas así y nadie las suele valorar. Por la tarde estarían en el pequeño apartamento del que Ella conservaba la llave. Podrían dar un testimonial paseo, por la arena mojada de la orilla del mar durante el ocaso, para acabar de sentirse libres de nuevo.

Se despertaron, a la vez, sobresaltados, como si hubieran compartido el mismo sueño. El sol del amanecer entraba por la ventana de la mínima terraza y, qué mejor compañía para levantarse a desayunar mientras el día comenzaba a despuntar. Las miradas de complicidad y las risas iluminaban sus caras y cada una de sus arrugas, cada vez que cruzaban sus miradas. Efectivamente, lo habían conseguido, y de nuevo eran libres.

Sus respectivos hijos no vieron mal su relación pero, cuando llegaron a cierta edad, también estuvieron de acuerdo en que fueran a un a residencia juntos; solo, que al no estar casados, no podrían compartir habitación. En la primera, consiguieron fugarse al año; pero, a los pocos meses, ya les habían encontrado otra con más vigilancia y seguridad. Dos años les costó, a la pareja, preparar su plan de fuga. Pero ahora, con su expediente, seguramente, no habría establecimiento geriátrico, que quisiera tener a dos ancianos expertos en fugas, entre sus residentes.

Es cierto, que ambos tienen sus lagunas, y ya con cierta regularidad. Al verse, se saludan como si fuera la primera vez que se hubieran visto; pero, cosas de sus sentimientos y gran afinidad, a los pocos minutos ya se hablan y cuentan su vida como si se conocieran de siempre, cogidos de la mano. Al rato, cruzan esa laguna y, vuelven a ser los viejos traviesos que toda la vida fueron.



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