La tertulia de las diez: «Las tres puertas de la vida»


Por mediación de El arca de las palabras del blog de Úrsula un nuevo relato para la ya conocida Tertulia de las diez.


Esa noche no podía dormir y tendría que tomar algo para poder conciliar el sueño. La pequeña pastilla no surtió el efecto deseado y, al poco, tome una segunda. Como se suele decir, a la tercera va la vencida; por ello, repetí la operativa, y finalmente conseguí mi propósito.

El sopor vino súbitamente y el letargo me envolvió, literalmente, en un abrir y cerrar de ojos. No tarde en tener un sueño tan profundo y denso como el de estar sumido en un inmenso océano. Me veía a mi mismo moviéndome, como a cámara lenta, recorriendo en slow motion unas calles imaginarias que vagamente me recordaban a las manzanas de mi vecindario.

En mí deambular callejero no tenia un destino fijo por lo que, cada cierto tiempo, acababa pasando de nuevo. Por fin entré, en lo que se suponía que era mi portal, al final de la escalera había tres puertas. Todas ellas me resultaban familiares como si cada una, de una forma u otra, fueran la de mi casa.

Me quedé pensativo un buen rato delante de las tres puertas imaginando por cual accedería a mi hogar. Aunque eran iguales yo sabía que cada una me conduciría a un lugar distinto de mi vida. La primera puerta era la de mi casa en mi niñez, haciéndome recordar esa etapa de mi vida, como si al atravesarla reseteara mi existencia hasta retornar a ese momento. Este pensamiento me llenaba la imaginación de paz y de algo que, por completo a lo largo de la vida había olvidado y enterrado, inocencia.

Mirando a la entrada de en medio, las sensaciones no eran tan placenteras, solo de continuidad con la realidad cotidiana. Esta era el punto y seguido de una vida con toda su carga a cuestas. Seguro que, cuando la cruzara, sonaría el despertador y la pesadilla se convertiría en la rutina diaria de la vida real.

La última puerta, inconscientemente, me producía mucha inquietud. No sabía la causa pero la adivinaba solo con mirarla. Ahora ya estaba seguro, era la entrada a lo desconocido, el umbral del Universo donde vagar eternamente. Como el de ese miedo a algo, que encuentra su horma de zapato con la curiosidad; y, al final, es esta quien lo derrota.

Los recuerdos se han diluido, ya no hay puertas que cruzar, estoy al otro lado. Mi subconsciente me dio la opción de despertar y opté por seguir soñando. La tentación de volver a la infancia fue muy grande pero, sin la inocencia, solo hubiera sido engañarse a uno mismo. Escoger la entrada de en medio habría sido lo más lógico, pero cuando ya se está de vuelta de todo, si no hay una inercia que te haga seguir adelante, te quedas en su umbral como si no fuera contigo la cosa.

Así que, a pesar del miedo, la tercera opción fue la que mi cuerpo escogió, para cruzar al otro lado. Tres pastillas para dormir, en alguien con una vida más o menos feliz, no hubieran sido suficientes para alcanzar el sueño eterno. En cambio; una existencia gris y con problemas, precisamente, para dormir; en el desafío acaba apostando por la curiosidad y deja, el miedo a la muerte, al otro lado de la puerta.



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