La tertulia de las diez: «Una casita encantada»


Por mediación de El arca de las palabras del blog de Úrsula un nuevo relato para la ya conocida Tertulia de las diez.


Los penúltimos propietarios de mi casita fueron Los Roberts, sus nombres reales eran Roberto y Alberta. Sí, esos Roberts, que en la década de los ochenta tuvieron cierta popularidad. Eran un matrimonio de mediana edad que aprovechó el boom, de esa época, sobre películas sobrenaturales y de poltergeist. Ambos, con sus ahorros, compraron una destartalada casa de campo rodeada de terribles leyendas fantasmales; más por su siniestro aspecto, que por algún terrible hecho allí acontecido.

Robert era conserje de una urbanización y el típico manitas que, lo mismo arreglaba una cerradura, ponía un timbre supletorio, o desatascaba las cañerías. Berta se mantenía, unos meses mejor que otros, haciendo trabajos de costura y, cuando había suerte, cosiendo camisas de encargo. Ambos se conocieron al coincidir, recurrentemente, en las charlas de temática sobrenatural, también muy habituales por aquellos años.

Su afición a lo desconocido los unía más que el propio matrimonio, podían estar enfadados por cuestiones domésticas pero si había algún evento parapsicológico, rápidamente hacían las paces para irse juntos al evento. Se casaron ya mayores y no tenían obligaciones familiares por ello cuando descubrieron esa casita ruinosa, a ambos se les iluminó la imaginación.

Robert y Berta juntaron sus ahorros para hacerse con la derruida casa, necesitando además casi un año de trabajo para dejarla lista. El se ocupó de todos los oficios, incluido el de retejador que nunca lo había hecho y Ella, no dejó ventana sin cortina ni mesa sin tapete, para obtener el toque retro que su inminente negocio precisaría.

Así Los Roberts montaron, la visita y la pernoctación, a una auténtica casa encantada. Al principio, salvo por algún curioso, no llegaban a cubrir gastos. Una tarde consiguieron que dos escépticas parejas, después de la visita, cogieran también el bono para pernoctar. A partir de ahí la cosa cambio radicalmente, al ir corriendo la voz de primera mano, que en esa casa pasaban cosas raras por las noches.

Durante unos años, los ingresos compensaron sobradamente tanto su inversión como todas y cada una de las horas de trabajo, las reservas para dormir eran de semanas y las visitas por el día hacían hasta cola. El negocio no les podía ir mejor a Los Roberts pero, como todo en esta vida, nada es eterno. Un día, un tal Profesor Doctor Tomás San Vicente que pretendía hacerse famoso desenmascarando a estafadores y timadores de los sobrenatural, pasó allí la noche.

A la mañana siguiente aquel Profesor Doctor estaba totalmente confundido, lo mismo que las numerosas veces que se había presentado para catedrático sin éxito, se apuntaría en la lista de espera para repetir la experiencia y tratar de sacar algo en claro. El tal Tomás tuvo suerte porque, mientras se estaba apuntado, hubo una cancelación para ese mismo día.

Durante el mes siguiente Tomás San Javier Profesor y Doctor tuvo su etapa de gloria en los medios audiovisuales contando, y por supuesto cobrando, hasta la saciedad como la casa encantada de Los Roberts era un truco de feria con hilos, engranajes ocultos y juegos de imanes. Le gustaba describir como siguiendo el fino hilo de seda que se metía por un poro de la pared, Él descubrió el ovillo de todo el montaje de los ocultos mecanismos.

El juicio por fraude, engaño y estafa, acabó con los pingues ingresos de Los Roberts y la sanción impuesta les dejó sin nada, salvo sus pensiones que, legalmente cobraban. Se tuvieron que ir a una casita de campo, con la sola maldición de estar lejos y apartada, donde pasarían el resto de su vida. La casa del fraude, por su parte, nadie la quiso comprar, su vena parapsicológica había quedado agotada; y, como vivienda, tampoco ofrecía nada de particular, máxime con la crisis inmobiliaria de aquel momento.

Yo la vi casi de casualidad en la foto de una inmobiliaria, esta particular historia suya la conocí justo después de la compra. Su bajo precio, devaluado por la subasta inicial y liquidación posterior de la caja que la adquirió, me la hizo muy interesante. De hecho, yo la quería como inversión, la casa en si era muy pequeña solo con lo justo, nada que ver con las demás fincas de la zona; y, al no tener suficiente terreno, tampoco se podía agrandar. Pero si podría usarla para pasar unos, tranquilos, fines de semana lejos de la ciudad.

Yo no soy tan manitas como Robert, solo me defiendo, pero sí pude sustituir los finos hilos de seda, engrasar los ocultos engranajes y ajustar los imanes. Por las noches, ya está todo preparado; y los espíritus, de los ya fallecidos Roberts, se encargan de todo lo demás; como cuando movían los hilos, cuarenta años atrás, allá por los ochenta. Mi casita encantada ahora sí está poseída, a los fantasmas les cuesta menos, mover objetos cuando tienen hilos o imanes al uso, que usando solo su fuerza ectoplásmica.


4 comentarios sobre “La tertulia de las diez: «Una casita encantada»

    1. Gracias, me alegro, pero no te creas, son muy bromistas. Cuando veo una película de miedo ya se encargan ellos de tirar algo, en el momento preciso, para que yo pegue un bote del sofá. En verano puedo dejar las ventanas y la puerta abierta de par en par para que refresque porque no se atreven a entrar ni los mosquitos. Además de sustos también dan buena compañía, cada vez que nos cruzamos en un espejo saludan 👻

      Gracias por la visita ✋

      Le gusta a 1 persona

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