

De mi infancia pocos recuerdos me quedan. Ha pasado tanto tiempo y mi memoria tan selectiva, seguramente por su escasez y a la vez por la saturación de tanta inútil información, solamente me trae algún destello de mi niñez. Si sé que en aquella lejana época era imaginativo, con cualquier cosa me entretenía. Mi amigo imaginario era Yoguin mi oso de peluche con el que mantenía conversaciones cada noche hasta que ambos nos dormíamos. Y por último mi fascinación por la luna, podía pasarme horas contemplándola cuando era redonda y plena, pero a escondidas para que nadie me viera y luego hiciera burla mía. Ya tenía la coletilla de bobalicón cada vez que me sorprendían distraído mirando sin ver; así que, absorto contemplando la luna, cuando menos me llamarían lunático.
El caso es que, con el tiempo, mi amigo de peluche en una mudanza desapareció. Y yo descubrí que cuando leía, me relacionaba con los personajes de las novelas, como si fuera uno más. Podía hablar con ellos y, al tener la ventaja de estar fuera también como lector, sabía como llevar una amena conversación con ellos. Mi primera y única regla era participar como contertulio pero sin dar información alguna acerca de los demás; es decir, no hacer de cotilla. Esto me permitía conocer, más en profundidad, cada personaje y ver con más relieve su participación en la trama. Normal que leyendo de esa forma, aun dedicando todas mis tardes libres, cada libro me llevara más de un mes y hasta de dos para llegar a su desenlace.
Lógicamente, para las grandes aventuras prefería las ediciones de la biblioteca, y por ello cuando un clásico de estos quería leer me pasaba toda la tarde un día tras otro en la Biblioteca Municipal leyendo. Allí nadie se fijaba en mí y podía, pasarme las horas delante del libro sin pasar página, mientras interactuaba con alguno de los personajes. Alguna vez, bastante obligado, no me quedaba otra que levantarme para ir al servicio; dejando mi libro abierto de par en par.

Recientemente, después de muchos años de infructuosa búsqueda, encontré disponible un libro que siempre figuraba como prestado. Era una novela de la que había oído hablar y solo su título conocía, ya que era de escritor anónimo, y de edición muy antigua; por lo que solamente se podía localizar en las bibliotecas. Así que, hace como un mes curioseando, vi que estaría disponible para el lunes siguiente; me lo reservé sin dudarlo por un momento. Ese lunes comenzó mi nueva aventura que siguió, sucesivamente cada tarde, sin faltar yo a la cita en ninguna ocasión.
Su lectura era de lo más adictiva para mi personaje lector pero aún más para mi observador imaginativo. Cada vez que alguno de sus personajes hacían algo yo, rápidamente por allí, me dejaba caer y establecía contacto. Estos lejos de sorprenderse me contestaban, eso sí en las pautas de su papel, como si fuéramos contertulios habituales. Tanto era así nuestra interactuación, que llegue a tener la sensación de irse escribiendo, a medida que yo lo iba leyendo.
Esta tarde, como todas las anteriores desde hace cuatro semanas, salí de casa casi con la comida en la boca, para ir sin mayor demora a leer a la biblioteca. Mi concentración en el texto y mi imaginación desbordada no impidió que, ya de noche casi a la hora de cerrar, mi vejiga me obligara visitar el servicio. Deje, como en las otras ocasiones de este apuro fisiológico, el libro abierto encima de la mesa. Ya iba por la mitad de esta acaparadora lectura cuando, casi corriendo, tuve que ir a los baños.
Dos minutos después, justo lo que tardé en esa necesidad y lavarme las manos, mi ansiedad por acabar la última página de hoy, se convirtió en desesperación. De mi sitio el libro había desaparecido y, en aquellos momentos, salvo yo mismo no había nadie más en la sala. Mire con desesperación para todos los lados y no había nadie. Ya no sabía que hacer cuando oí, el suave clac de la puerta de la entrada, cerrándose. Instintivamente miré en esa dirección y una sombra, como con algo debajo del brazo, empezó a alejarse al otro lado.
No dudé que esa era la explicación, alguien aprovechando esta breve pero obligada ausencia, mi preciado libro de la mesa, ipso facto lo había levantado. Y así, a la chita callando de la biblioteca se quería marchar de rositas, dejándome a mí con semejante frustración y malestar. Sin mediar más que este pensamiento tras los pasos de esa ladrona sombra salí. No tenía muy claro, como abordaría a este sujeto al darlo alcance, pero sí meridiano que mi libro yo recuperaría.
A esas horas prácticamente ya no había un Alma por la calle y no me costó mucho divisar al final de la calle al sujeto de mi persecución; de hecho, a nadie más divisé. Aceleré el paso para ir comiéndole terreno mientras, pensaba el nivel de dureza de mi interrogatorio, cuando yo alcance le diera. No pasó mucho, solo esta avenida, cruzar la siguiente, y entrar en una estación. Allí, cogió el paso elevado, hacia las salidas de más largo recorrido.

Al final de las escaleras mecánicas, el pasillo paulatinamente se iba oscureciendo hasta que, la sombra de mi perseguido se mimetizó con la progresiva negrura. Yo estaba justo detrás de él, solamente, a un paso por detrás. Mi siguiente zancada sería la última antes de alcanzar mi objetivo y así fue. Yo al igual que mi perseguido, en la más opaca de las oscuridades, quedamos envueltos.
P.D. En la prensa local del día siguiente, una pequeña nota en la sección de sucesos, hacía referencia a la muerte súbita de un anciano (causas naturales según confirmaría la posterior autopsia); ocurrida, la tarde noche anterior, en la Biblioteca Municipal. El fallecido, curiosamente, estaba leyendo una sátira anónima titulada La tertulia de los muertos.
Un final inesperado y una puesta en escena excelente. Enhorabuena.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Me alegro de que te haya gustado. Muchas gracias Carlos por pasar y participar 🥂✋
Me gustaLe gusta a 1 persona
Pues no sé si te costó o no, JM. Pero has conseguido lo que me prometiste. Esas escaleras dan más yuyu que el libro. Aunque fuera de Lovecraft.
Magnífico relato.
Has unido la infancia y la vejez a través del libro. Algo así tengo yo en mente, aunque con otra historia diferente.
El ambiente lóbrego, pero cálido y misterioso de la biblioteca. Tan recordado para los que teníamos que leer en ellas porque no podíamos comprar demasiados libros.
Esa sensación tan real y al mismo tiempo fantástica que tenemos los lectores de interactuar con los personajes de los libros.
Y ese final, que no solo es inésperado, queda abierto a esa otra vida, quizás dentro del libro o en otro mundo menos literario.
Felicidades por la historia y muchas gracias por incorporarte a la nueva temporada del VadeReto.
Un abrazo, amigo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias a ti JA, tus retos parecen sencillos pero acaban siendo desafíos mentales a la imaginación. En esta ocasión, para ligar las tres fotos tan variopintas, aparte de la imaginación he tenido que echar mano de un toque de humor y un inesperado final. Motivado estaba y si podía quería dejarlo hoy ya ventilado. Que si espero a otro día seguro me acabaría pillando el calendario.
Así que mientras no me despiste por aquí me tendrá. En primera instancia para protestar por tus condiciones y después devolverte, con mi relato, el guante y a ser posible con ímpetu.
Saludos y bienvenido de nuevo a tu VadeReto 🥂✋
Me gustaLe gusta a 1 persona
Fascinante. Envidio tu capacidad de crear historias. Buen día vecino. 😊
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias Mar me alegro de que te haya gustado 🥂🖐
Me gustaMe gusta