Pues vista la historia por entregas de Nunca se sabe. N.N. en El Doblao del Arte. Punto y aparte. Resulta que echo en falta ese primer encuentro. Lógicamente la autora María José Gómez Fernández deja a nuestra imaginación el resultado del mismo. Yo que ya estaba metido en el relato estoy convencido de que aquí o en algún otro mundo paralelo pasó algo parecido a esto:
Epílogo y su primera cita
A las once en punto Tere y Mario estaban sentados en una de las mesas de la terraza del bar. Mientras sonaban las campanadas del reloj de la plaza se aproximaron dos mujeres buscando mesa también pero al llegar a la altura de peripuesto Mario y su asistenta, esta hizo un gesto de saludo a una de las recién llegadas. Consuelo respondió al mismo acompañado de una casi burlona sonrisa.
Las presentaciones no se hicieron de rogar y los dos vejetes escoltados por sus respectivas asistentas como carabinas desayunaron por todo lo alta entre risas muy animadamente. Al acabar el festín Tere y Consuelo se despidieron para seguir con sus cosas que ya era más de medio día y literalmente tenían las respectivas casas sin barrer.
Aparte de la edad, de que casi todos sus achaques eran más exageración y cuento para tratados con más mimo y delicadeza, Concha y Mario compartían la afición de hablar. Que barbaridad, en cuanto fueron presentados, más que recién conocidos parecían amigos de la infancia que se habían vuelto a encontrar. No callaban un momento, eso sí hablando por turnos y con educación.
El caso es que les dieron como en la canción la una y casi las dos, del medio día, y decidieron tomarse allí mismo un aperitivo. Ambos coincidieron que a su edad esos buenos ratos no eran muy habituales y si llegaba alguno había que estirarlo lo que fuera posible. Paco el camarero, encargado, propietario y pinche del bar también, pues hoy estaba él solo para atender la barra y la terraza, tuvo que meterse en la cocina para freír las rabas (calamares) del aperitivo de los dos vejetes parlanchines.
A eso de las tres, primero una y casi seguido la otra, las dos asistentas cruzaron la plaza y despidiéndose de sus respectivos señores. Estos agitaron las manos como abanicos a su paso. El buen rato se ve que lo habían estirado con creces y no solo hablando. En la mesa había vacías unas cuantas bandejas de raciones y un montón de botellas de cerveza en la misma condición.
Paco que ya había tenido bastante paciencia, cosa poco habitual en él pero estando solo en el bar no se iba a reñir a sí mismo, veía que se acercaban las cuatro (su hora de cierre y descanso hasta media tarde) y de que los dos viejos de la terraza seguían con sus batallitas allí sentados. Así que se puso la servilleta en el brazo y salio a despachar a los dos fugados del Imserso.
En cuanto el camarero hizo alusión, a que en quince minutos tenía que cerrar, Mario hábilmente pidió una última ronda y la cuenta. A Paco no le quedó más remedio que aceptar el trueque, pero cuando salió con las dos cervezas y la nota, vio a los dos viejos con una bronca monumental. Al lado de cada uno de ellos había una cartera y, con una mano encima tanto Concha como su nuevo viejo amigo, parecían dos pistoleros en un duelo.
Mario se había venido arriba y quería pagarlo todo. Ella, por su parte, al haber fijado esa cita pretendía hacer exactamente lo mismo. El tono cordial y chistoso, de hasta ese momento, se iba volviendo con cada réplica más elevado y seco. Descubrieron otro punto más en común, un genio de cuidado cuando se ponían cabezones. Paco sin mediar palabra, dejo las bebidas y la minuta, volviendo adentro para terminar de recoger; su plan seria darles diez minutos y si seguían igual usar su salomónica e infalible solución de que a medias lo pagaran.
Mientras seguían discutiendo quien tenía que pagar, los dos veteranos de la terraza, no dejaron calentar la última cerveza servida. Y parece que les sentó divinamente, en sus argumentaciones ambos empezaron a silabear, al final quien escuchaba parecía entender más que quien trataba de exponer. Como era lógico en este diálogo de besugos, con más de media docena de cervezas en el buche cada pez, las risas y carcajadas entrecortadas también firmaron el armisticio de esta primera cita. Y, sin que Paco les dijera nada, acordaron pagar la mitad cada uno.
Al final se fueron del bar cogidos del brazo, más que porque quisieran dar sensación de pareja, para mantener una mínima estabilidad hasta llegar al portal. Lógicamente, en sus respectivas casas, la siesta duró hasta la cena; pero para la sobremesa, ya estaban conectados al Skype de sus tablets, tomándose las pastillas con un descafeinado.