
Las noches de Reyes de Don Nicolás
Hacía ya muchos años que la noche de Reyes no le inquietaba, impidiéndole dormir, con la típica ansiedad infantil de que sus deseos se hicieran realidad a la mañana siguiente. Incluso, cuando siendo más mayor y hasta de adulto, esa mágica noche, aunque ya se conociera el truco, se le resistía al sueño hasta la madrugada.
Ahora le daba lo mismo el cinco de enero que cualquier otro día a la hora de acostarse. De hecho algunos años solo se enteraba cuando, a la mañana siguiente en su paseo matinal, veía a los niños con los juguetes impacientes y nerviosos por la calle. Entonces caía en el detalle y, los lejanos recuerdos de su niñez, simulaban una tenue sonrisa en su seca expresión.
Nicolás no era un mal tipo, ni siquiera el clásico viejo solitario y amargado. La triste realidad es que su naturaleza le había siempre permitido superar las enfermedades y los achaques propios de cualquier longeva existencia. Nadie sabía exactamente la edad que pudiera tener, pero era como hubiera estado allí siempre; generación tras generación o siglo tras siglo.
Las desgracias y las malas épocas se van superando con el paso del tiempo sazonado con algunos momentos de alegría y felicidad. Esa era la filosofía que la experiencia había esculpido lapidariamente en la mente de Nicolás y la verdad es que funcionaba. Así, después de cada resaca emocional o de cualquier otro tipo, paseaba por la orilla de los recuerdos recogiendo los restos que pudieran tener algún valor.
Este año, ya había perdido el mismo la cuenta de cuantos cinco de enero había vivido, pero volvió a tener un deseo. Tuvo esa sensación desde que se levantó y le gustó recobrar esa sensación de ansiedad; por supuesto no era como la de un niño, más bien era volver a oler una esencia nostálgica y ya olvidada.
El día transcurrió como cualquier otro, pero con una actitud más alegre e incluso traviesa. No hace falta fingir una edulcorada simpatía para mostrarse más cordial y agradable con la gente. Algo que percibieron sus vecinos y conocidos, llegando todos ellos a la simple conclusión de que el viejo chocheaba o se había fumado algo.
Por la noche Nicolás no se cortó y ceno como en los buenos tiempos, una tortilla de patatas con cuatro huevos, bien bañada de tomate frito, y acompañada con media botella de vino del reserva. No tenía miedo a que le cayera pesada la cena ni que ese alcohol nocturno lo embriagara, había sido un festín sencillo pero antológico.
Después de volver a ver una gran final de Snooker, en su canal favorito de deportes, el satisfecho vejete se acostó. Ya era La Noche de Reyes pero solo sobre la una, ni siquiera tuvo que esperar a las dos o las tres como en sus tiempos de infantil ansiedad, y Nicolás empezó a cortar leños con sus inconfundibles ronquidos; resonando, afortunadamente lejanos, en el patio de la comunidad.
El sueño que tuvo fue de lo más real, allí estaban esperándole sus tres esposas y las cuatro novietas que él dejó por prejuicios o gilipolleces parecidas. Las siete mujeres se conservaban igual, que en su mejor momento, a pesar de las grandes diferencias de años entra la primera y la última de ellas.
La cosa prometía ni él ni ellas mostraban acritud alguna al recodar sus andanzas, haciendo chistes y risas compartidas de cada una de las anécdotas revividas. De pronto, una manada de perros y otra de gatos, saltaron sobre Nicolás como la vida les fuera en ello. El hombre no tardó, con tan alocado contacto, en reconocer a las todas y cada una de las mascotas de su vida.
En la siguiente escena se veía viviendo con toda esa prole de féminas, y los otros animales de compañía, en una urbanización rústica; justo enfrente de un parque de grandes y frondosos árboles con estanque y todo. Y sus vecinos de este bucólico barrio, al principio vagamente familiares, resultaron ser los amigos; aquellos que, el tiempo, casi le habían borrado de su memoria.
El buen hombre estaba feliz, su deseo de la Noche de Reyes se había cumplido, allí estaba él, rodeado de sus seres más queridos en alguna época de su vida. ¿Qué más podía pedir a La Vida? Por eso mismo decidió no volver a despertarse y quedarse allí para siempre. Se ve que La Muerte captó su indirecta y le concedió también ese último deseo.
A nadie sorprendería, después de las fiestas, que la asistenta encontrará al viejo Nicolás muerto. Se especuló sobre su verdadera edad y no hubo manera de dar fe de ello, al no quedar actas de nacimiento tan antiguas, aunque la Seguridad Social sí puso un granito de arena al certificar su pensión desde hacía más de setenta y cinco años. El mismo Libro Guinness incluyo a Nicolás Gaspar Melchor como el hombre más longevo con, al menos, ciento treinta y tres años y otros tantos días.
Jodé, JM, entre tú y Marlen me estáis lubricando bien los ojillos esta mañana. 😅
Es conmovedor e indudablemente precioso. Resalta el inevitable peso de los años y la añoranza de los momentos alegres vividos. Por desgracia, para muchos, la muerte es la única solución.
Cuando dejas las risas y las ironías en tus relatos, también eres un mossstruo y sabes tocar la patata.
¡¡¡FELICIDADES!!!
👏🏼👏🏼👏🏼👏🏼🍻🍻🍻🍻
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Hola, JA. Lo se, soy un impresentable. Vi tu comentario en el móvil y lo he dejado sin responder como si no te conociera ni quisiese nada contigo cuando es justo lo contrario, pero hay meses que tengo la brújula como si estuviera viviendo en el polo norte.
Me alegro de que te haya gustado y ya sabes que aunque tarde por aquí estaré.
Esta vez te debo dos 🍻🍻🍻🍻🍻 y más 😁🖐️
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Ya sabes que conmigo no hay problema, JM. Yo también soy un cabeza perdida y mi brujula ya se despidió ella sólita.
Nos leemos siempre. 😉🍻🍻🍻🍻
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¿Quién quiere vivir para siempre? Para siempre es nuestro hoy. ¡Hermoso relato JM! Como dice Jose, para muchos, la muerte es la única solución. Pero si se te concede como el deseo de alguien que ha «vivido y disfrutado» una vida plena, sólo es una etapa a la que todos llegaremos. Lo importante es cómo. Saludos.
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Hola, Marlen. Siento el retraso, como le decía a JA este mes ando con la veleta bloguera totalmente desorientada. Yo creo que en la Vida debemos aprender precisamente a eso a vivir y más que aceptar lo inevitable a comprenderlo. Saludos y me alegro de que te haya gustado 🖐️
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¡Hola, JM! Es que mezclar la eternidad con la esencia mortal del ser humano no suele dar un buen cóctel. Nuestro drama, pero también nuestro motor, es el tiempo limitado de nuestra existencia. Un relato, más la imagen que lo acompaña, que nos da buen ejemplo de ello. Un abrazo!
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Hola, David. Muchas gracias, llevo casi un mes ausente y ni te había respondido al comentario. Cierto que al llegar a cierta edad, corremos menos y pensamos más, le pasa lo mismo al curso de los ríos, los rápidos quedaron atrás y al ir llegando al mar lo que más sé ansia es tranquilidad. Saludos 🖐️
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Precioso. Me has dejado sin palabras. Es un placer leerte, un abrazo vecino.
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Hola, Mar. Gracias, pero sin palabras me he quedado yo que casi tardo un mes en contestarte. Con menuda sequía he empezado el año que hasta para ser medianamente educado tengo peco de carencia. Saludos 🖐️
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Vaya; si que ha resultado impactante, ¡bajo la ´linea de flotación! Me he visto reflejado en la forma de pensar de Nicolás ante la noche de Reyes. Y, todo lo demás que se cuenta en el relato, ¿quién no habrá deseado en algún momento tener un sueño así? El final de la historia, igenioso y feliz para el protagonista, resulta así «dos veces bueno».
No te voy a negar que también me has tocado la fibra, pero lo prefiero a cambio de haber podido disfrutar de lo que has narrado con tu singularidad de siempre.
Muchas gracias.
Saludos.
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Hola, Daniel. Me alegro de que te haya gustado y tu comentario es todo un halago, muchas gracias. 🥂🖐️
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