Una sobremesa con trampa y cartón

Prólogo

By JascNet

«Un grupo de personas está sentada al rededor de una mesa. Puede que estén comiendo, en una reunión laboral, en algún tipo de experimento sobrenatural, preparando una conspiración… Pueden ser una familia, un grupo de amigos, compañeros de trabajo o gente que no se conocen y por alguna determinada razón están allí reunidos. Vosotros decidís los detalles.

»De repente, llaman a la puerta. Alguien se levanta a abrir, pero no hay nadie fuera. Sin embargo, al mirar al suelo, puede ver que han dejado una caja. Una caja que no lleva ningún dato. Ni remite, ni dirección de entrega, ni logotipo o marca de ninguna empresa. Una caja totalmente anónima, sin ningún tipo de identificación.

»La coloca en la mesa y todos, al verla, muestran asombro y miedo. ¿Qué hay dentro? ¿Por qué nadie se atreve a abrirla? ¿De qué tienen miedo?»

Una sobremesa con trampa y cartón

Ninguno de los cuatro presentes éramos jugadores de póquer, pero cualquiera que nos hubiera visto en esos momentos no habría dudado de que todos íbamos de farol. Los intercambios de cortas miradas mal disimuladas o perdidas hacia cualquier irrelevante objeto de la sala nos dejaba en evidencia; creo que hasta alguno de los presentes hizo hasta amago de silbar y todo.

Yo, durante esos tensos primeros minutos, me dediqué a hacer lo mismos que mis otros cuatro compañeros. Mostrar más atención de lo necesario a la caja puesta en mitad de la mesa habría sido como percutir la bala en esta particular ruleta rusa.

Cuando alguien tuvo la idea de servir otra ronda de chupitos nos sentimos aliviados y todos de muy buen grado aprobamos la moción. Menudo papelón teníamos por delante como para pasarlo encima con la garganta reseca.

El motivo de esta improvisada comida a base de picoteo de charcutería y pizzas no era otro que, aparte de la consabida celebración del finde, desenmascarar al compañero de la oficina que le estaba chivando a recursos humanos todas trampillas y prebendas de las que nos estábamos beneficiando.

Yo ya había recibido un par de amonestaciones por navegar más de la cuenta por Internet y otra por fichar fuera de la oficina y de hora con el móvil. Nada grave, pero después de tantos años sacando el trabajo adelante un poco denigrante. El resto de mis compañeros andaban parecido y llegamos a la conclusión de que había un topo, pero lo grave es que en nuestra oficina, únicamente, estábamos los cinco presentes.

El filtro de Internet nada más actúa cuando se intenta acceder a alguna página de adultos (apuestas o porno) dado que siendo comerciales (cada uno de diferentes especialidades), nos pasamos el día navegando a la pesca de noticias y ofertas de nuestro respectivo sector. Y lo del marcaje fuera de tiempo y lugar no puede ser por la ubicación de la aplicación, el garaje o la cafetería donde sí picamos habitualmente las entradas o salidas están en el mismo edificio.

A las dos se va Paco el conserje, más o menos cuando sonó el timbre de la puerta, así que andaría con prisa porque el mensajero también llegaría apurado y tarde. Por el tamaño de la caja se podía adivinar que contenía un archivador tipo de los del almacén de la oficina principal. Así que, o bien eran nuestros propios expedientes disciplinarios o el de nuestro delator. El caso es que ni lo uno o lo otro era buen augurio; esas cajas sin etiqueta únicamente nos llegaban desde la central.

La sobremesa para ser viernes sin jornada laboral de tarde se empezaba a prolongar más de la hora, menos mal que el suministro de ron de quince años (todos éramos de pico fino con los licores) daría para unas cuantas rondas más; en último extremo volveríamos a la cerveza tostada que se nos mantenía bien fresca en la nevera.

En este momento del suspense de oficina ya ligeramente animados (más bien resignados), ayudados por la ingesta del espirituoso elixir, decidimos jugar unos dados para quien perdiese tuviera el honor de abrir la caja; y así desvelarnos su misterioso o traicionero contenido. A priori yo, como los otros cuatro compañeros tenía solo el 20% de posibilidades, pero con mi fortuna para estos menesteres me sentía con todas las papeletas de esta aciaga rifa.

Yo, nada más, me equivoco en las apuestas o la mitad de las veces que defiendo una postura; es algo matemático. En cambio, cuando es para pagar el pato, ya puedo ir echando mano de la cartera que casi nunca me libro. En esta ocasión, encima con recochineo, me planté con cuatro seises en la última mano de los dados y el otro mamón se sacó una escalera al dos del cubilete.

Con algo de temblor en la mano, lógico por los nervios de la situación (y por una media docena de chupitos en el buche), asesté un buen tajo al precinto de la caja de los cojones con el cúter. No fue un corte recto ni medio limpio, pero sirvió para poder levantar las solapas y ver el oculto contenido de su interior.

Las sospechas se cumplieron y un archivador metálico con una llave sujeta con celo en la tapa nos hizo dar un vuelco el corazón. Bueno, yo chivato no era, pero a saber que podía decir mi expediente que ahora sería público como supuestamente el del resto de mis compañeros. Con el archivador en la mesa al meter la llavecita en la cerradura esta no se hizo de rogar y levanté con lentitud ceremonial la tapa de esta particular caja de Pandora.

Nuestra sorpresa fue confirmar que únicamente en su interior colgaban cinco carpetas cada una personalizada con el nombre de cada uno. Yo abrí la mía y dentro reposaba un sobre cerrado también nominal. En las otras cuatro carpetas el contenido era el mismo; ya nos podíamos dar por jodidos, empezar el año con una carta seguramente de despido.

Epílogo

Con lo que habíamos bebido aquel viernes ninguno de los cinco estábamos en condiciones de sacar el coche del garaje, sin dejar las columnas o la rampa pintada con los colores de nuestros vehículos; como nos pasó cuando celebramos nuestro traslado allí hace justo dos años.

Por eso aquella tarde nos marchamos andando como podíamos hasta el parque del barrio donde todavía no habían desmontado la pista de coches de choque que nos visita cada verano y por Navidad. No éramos precisamente asiduos a ese entretenimiento más por vergüenza que por la edad, pero tal como íbamos de borrachos ya, tanto lo uno como lo otro, nos daba, exactamente, igual.

En una pista prácticamente vacía, la chavalería de ahora solo corre con los juegos de consola, vimos la ocasión de rematar el día como cuando alguna vez fuimos jóvenes, solo que ahora con dinero. Los cinco escotamos cien euros por barba y el feriante de la taquilla, ante esa irrechazable oferta, nos puso barra libre la hora y media que le quedaba hasta cerrar la atracción.

Un viernes como aquel, que de tan mala forma se nubló en medio de nuestra opípara celebración, merecía un final de impacto. Y que mejor manera de acabar el día que, conduciendo muy borrachos, en los coches de choque sin importarnos (ni lo más mínimo) los continuos encontronazos. Por supuesto, entre desafiantes carcajadas y al ritmo de la música ochentera, con la que nos amenizaba el pistero.


Epílogo II

Nota: Únicamente para quienes quieran un final cerrado y no el que su imaginación les haya especulado con lo anteriormente leído.

El lunes siguiente, todavía con algo de mal cuerpo (porque las borracheras duran lo que duran, pero las resacas con la edad de tiempo lineal pasan a exponencial), decidimos los cinco de la oficina por unanimidad comer allí. Por la tarde con fines médicos sanadores tomar un par de «gin tonics» (que todos los de cierta edad, y más experiencia, sabemos lo bien que viene la tónica para las resacas) en la cafetería para fichar la salida desde allí.

La sorpresa del contenido de la caja del viernes a las dos fue mucha sorpresa para digerir de una sentada. Los cabrones de recursos humanos lo hicieron a posta; ellos también tienen su sentido retorcido del humor y se estarían un buen rato descojonando pensando en nuestras estupefactas caras al ver su metálico archivador de regalo.

Los muy zorros bien podían haber llamado avisando o más, protocolario, enviando uno de sus malditos correos electrónicos. Qué va, mejor que se nos atragantara el jamón y el vino, o la cerveza, imaginándonos lo peor. Bueno, yo no les guardo ningún rencor, para las bromas soy incluso peor que ellos; me gusta alargarlas con un epílogo después de finalizarlas.

Después de abrir nuestros sobres una hoja explicativa envolvía 200€. El pago que nos correspondía de la cesta de Navidad, porque este año se les pasó contabilizarnos con los de la oficina central.

En cuanto al rollo del archivador de metal, otra escueta nota en la parte interior de la tapa. Cosa de la auditoría interna que solicitaba, en cada centro de trabajo, un archivo físico de personal aunque no hubiera nadie asignado de recursos humanos.

Lo mejor es que ese lunes contrastamos nuestras amonestaciones, por Internet o fichar fuera de lugar y hora. Estas eran una mera plantilla tipo, enviada a los cinco; eso sí, como copia oculta, para creernos el único advertido. Pero qué cachondos son estos tíos y su jefa, la que más, de RR.HH.


Un brindis nunca está de más, real o virtual, es la máxima expresión de comunicación 🥂🥂🥂🍻🍻🍻😜🖐️

2 comentarios sobre “VadeReto (ENERO 2023).-

  1. Buenos días, JM.
    Como dijo alguien que debía saber, «bien está lo que bien acaba». Aunque el susto tarda en hacer la digestión.
    En alguna de las empresas en que estuve pude disfrutar de humoristas parecidos a los de tu relato. Nunca me regalaron pasta, pero sí alguna cosa que me sacó una sonrisa. Menos es nada.
    He disfrutado ese fin de fiesta en los coche-choque, ¡qué tiempos aquellos!
    Bueno relato, lleno de intriga y buen humor. Un uso de la caja muy sugerente y con final feliz. Más no se puede pedir.
    El vídeo me encantó. ¡Qué bueno vivir un momento así! Eso sí, cómo me cabrea ver a tol mundo con los móviles dando por saco para grabarlo; en lugar de vivir el momento, disfrutarlo, y luego contarlo con palabras.
    Muchas gracias, amigo.
    Abrazo fresquete y sabrosón. 😁👍🏻🍻🍻🍻🍻🍻

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