Lo que el viento se llevó by JM Vanjav para Escribir a partir de un título

El poder disponer de un apartamento en la playa se puede considerar estatus, pero cuando lo has comprado de saldo en un pueblo que pasó de moda para el turismo en la época de la burbuja inmobiliaria igual no lo es tanto. La cuestión es que, la pequeña urbanización de cuatro bloques con tres alturas y seis vecinos por portal, se quedó en una calle semiterminada en el extremo del paseo marítimo de aquella pequeña villa marinera.

Los inviernos con un viento nordeste, casi a diario, me producía la suficiente pereza de no cambiar mis comodidades urbanas por ese frío y humedad de mi segunda vivienda. A partir de la primavera si hacía alguna visita y hasta me quedaba algún fin de semana, pero cuando te haces tan cómodo que darte vuelta para el otro lado de la cama te genera un debate, malo.

Los años así han ido pasando hasta este último que recibí una llamada urgente del alcalde (en un pueblo pequeño se conocen todos, hasta a los forasteros discontinuos) notificándome que, el último temporal (con galerna incluida) me había arrancado dos persianas y hasta roto un cristal del ventanal.

No me quedó otra que ir a ver los daños para evaluar el coste de las reparaciones. Cuando llegué me percaté de que el bueno de Remigio (el alcalde pedáneo) no había exagerado y, aparte de las dos persianas de la sala, también tenía que cambiar el cristal rajado de la puerta. De lo que no me dijo nada fue del separador de terrazas que, literalmente, había desaparecido haciendo que los pisos compartieran ahora una el doble de grande.

Yo no conocía a los vecinos del portal (nunca habíamos coincidido) ni siquiera los dé al lado, que tampoco recordaba a nadie. Así, cuando una señora bastante airada y seca (en todos los aspectos) se asomó por su terraza (ella tuvo más suerte y únicamente tenía las persianas desencajadas) conocí a mi vecina. Al ver aquel mimbre, de voz grave, con tono impertinente, me tuve que tapar la boca para ocultar una malévola sonrisa, pues yo también tengo bastante fama de antipático y gruñón.

Migío, junto con su cuñado y su sobrino, eran los manitas (o chapuzas) del pueblo, dominaban todos los oficios y no lo hacían nada mal para ser justos. Así que se encargarían de reparar los dos apartamentos cuando el tiempo lo permitiera, sí parchearon con cinta americana el cristal rajado que era lo único urgente y peligroso.

La flaca y yo (con mi sobrepeso), decidimos quedarnos en nuestros apartamentos los siguientes días a ver si empezaban las obras y dejábamos el asunto zanjado. Al no tener separador en la terraza (el viento se lo llevó) cuando coincidíamos en el mirador nos saludábamos como dos perros, parecía que gruñíamos más que decir hola o buenos días. El caso es que, hasta a nosotros, nos acabó haciendo gracia ese impostado saludo.

A ninguno de los dos se nos ocurría cruzar, ahora que no había impedimento físico a la terraza contigua. Por eso cuando una noche mientras preparaba la cena oí picar en la puerta de la terraza (la medio forrada de cinta americana) y me lleve una sorpresa. Era Alis (poniéndola Calista sus padres no me extraña que tuviera tanto genio la señora) que se había quedado sin electricidad y los automáticos le saltaban continuamente.

Como me pillo con las manos en la masa, literalmente, con el tono seco que nos gastábamos (y exagerábamos) la invité a cenar y la tía me respondió con un «faltaría más» (aún más recio y contundente) que nos provocó carcajadas al unísono. Después de la cena, con sobremesa de chupito y café, la acompañé a su apartamento (linterna en mano) para ver si yo podía hacer algo, o habría que ponerlo en manos de los tres manitas del pueblo.

Nada más entrar es su sala por la terraza, noté el contraste con mi apartamento, todo colocado, bien ordenado y limpio, justo todo lo contrario a mi cueva. Al tercer intento, de subir el diferencial, se me ocurrió desenchufar el microondas y se hizo la luz. Alis me miró entre sorprendida y agradecida, siendo la primera vez que la oí decirme «gracias» con su voz sin que pareciera una orden, mi «de nada» más que suave me salió bastante amanerado.

El mal tiempo quiso que nuestra estancia se prolongara más días y ambos, siendo ya jubiletas, pusimos buena cara (por una vez) siguiendo interaccionando con regularidad desde su apagón. De hecho, me atreví a medio desmontar su microondas y en cuanto vi un cable picado haciendo contacto con la carcasa, encontré la avería y volvió a funcionar como nuevo. Alis era buena cocinera y comíamos de cuchara en su casa, por la tarde noche ella venía a cenar a la mía y después hasta veíamos alguna película o serie juntos.

Al estar cada uno en su casa, compartiendo únicamente las comidas (comer solos nos hace huraños y gruñones) y los ratos de ocio que nos apeteciera a ambos, Calista y yo encontramos un buen equilibrio; que pronto se reforzó al adoptar, a medias, a un perrillo y dos gatitos. Finalmente, los tres chapuzas vinieron, pero el separador de terrazas (que el viento se llevó) no lo repusimos por tres votos a favor (nuestras mascotas) y los nuestros en contra, únicamente para disimular ante Remigio; que se descojonó igual que nosotros.

(899 palabras)

El título de «El apartamento» también habría podido valer para mi historia

Saludos y cerveza 🍻🍻🖐️

3 comentarios sobre “Escribir a partir de un título «Lo que el viento se llevó»

  1. ¡Hola, JM!

    Me encanta el tono del narrador, me parece un tono no solo humorístico sino muy personal. Además, la historia de amor que has hilvanado a partir del título es muy original y bonita.   

    A pesar de que no has incluido diálogos he podido ver a cada personaje a la perfección gracias a esa voz del protagonista que nos cuenta todo desde su peculiar punto de vista y de una forma clara y directa.  

    Y me ha gustado mucho el final con ese equilibrio que encuentran los enamorados (con sus cosas en común y sus diferencias) y que adoptasen a un perrito y a dos gatitos, es un detalle muy tierno. Te felicito.

    Muchas gracias por participar en el reto. ¡Te mando un fuerte abrazo!  

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  2. Ay JM., ¡Qué historia tan entrañable y simpática! Me encantó cómo transformaste la inicial incomodidad entre vecinos en una inesperada amistad que florece entre gruñidos y reparaciones improvisadas. Con toques de humor y esa humanidad que solo se encuentra en los pequeños pueblos costeros, le diste vida a un escenario que, a pesar de las galernas y desperfectos, irradia calidez. ¡Y qué cierre perfecto con el detalle de dejar la terraza compartida y sumar a esos adorables “inquilinos” peludos! Un relato que atrapa y deja con una sonrisa, ¡salud! 🍻
    Un abrazo 🌷

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