VadeReto & Alianzara (NOVIEMBRE 2024).-

El Páramo

A lo de si bebes no conduzcas yo añadiría, y en negrita roja, y si tienes que ir por una carretera comarcal con niebla ni se te ocurra. Ahora, que el tiempo, ha prescrito el secreto de sumario de mi vergüenza, puedo narrar con todo detalle lo que me aconteció aquella aciaga noche de noviembre.

Mi gusto por los viajes en carretera se agota en cuanto son superiores a las dos horas y si son en el último momento, por obligación, los considero con alevosía y nocturnidad. Por las noches no hay aviones ni aquel tren expreso que con estos menesteres laborales solía yo coger para ir a la capital.

El caso es que ahora si tengo que estar en el almacén de mi empresa un viernes no me sirve el primer vuelo matinal porque, con el desplazamiento posterior, llegaría a media mañana y no tendría tiempo material de hacer la auditoria interna antes de las tres; hora sagrada de cierre de toda actividad hasta el siguiente lunes.

Así que me vi en la necesidad de coger el coche aquel jueves justo después de salir de la oficina con el informe semanal terminado, vamos a eso de las cuatro y sin comer. No me preocupaba mucho porque a una hora de viaje conocía un sitio, a pie de la meseta, que daban bien de comer a cualquier hora, por lo que era de parada casi obligada.

Sobre las cinco y media yo ya estaba sentado en una de las mesas rústicas de aquel imponente caserón de piedra, ahora habilitado como restaurante y posada de carretera. Nada más llegar me notificaron que si pensaba haber noche allí, pues el conductor bus de las cuatro y media les había llamado con el móvil para avisar de que en el Páramo había una niebla tan densa que ni con machete se cortaba, e iban a diez por hora.

Con aquella advertencia en la cabeza fui entre degustando y rumiando la exquisita comida de la posada. Yo, alguna vez, me había tropezado con esas nieblas y con paciencia se atraviesan. El hacer noche allí me obligaría a salir antes del amanecer para poder llegar a mi destino y tampoco me hacía demasiada gracia.

El caso es que a eso de las seis y media, muy bien comido y bebido con moderación decidí seguir mi camino a la capital (justo en las afueras está el polígono industrial donde está mi almacén y tiene un hotel de carretera con cafetería las veinticuatro horas) y, por mal que se me diera la cosa, antes de media noche yo ya habría llegado.

Nada más subir el pindio (empinado) puerto hasta el Páramo pude comprobar que el conductor de la línea de autobuses no había exagerado en cuanto a la niebla allí reinante. Avisado y confirmado de la situación me lo tomé con calma y fui haciendo el trayecto (afortunadamente bastante recto) guiándome por la mediana de la carretera. Miraba de reojo el cuentakilómetros para ver cuando sumaba los casi treinta que me faltaban.

Llevaba esa marcha casi de tortuga ya más de una hora y aún me debían faltar cuatro o cinco kilómetros más para acabar con esa agónica tortura. Aunque la carretera era llana y bastante recta siseaba algo y con esas fantasmagóricas condiciones acabar en la cuneta (posiblemente inmovilizado) no entraba entre mis planes; del todo preferible ir casi al paso con el coche por lo que pudiera pasar.

Cuando el cuenta kilómetros saltó el dígito que yo estimaba sería el final de Páramo, perdí toda la sensación de estar sobre el asfalto. No me acordaba de que justo casi al final había una curva muy cerrada que enlazaba con el descenso del otro extremo. Si no hubiera habido esa niebla tan espesa, habría visto mucho antes, y no en plena caída libre, la señal de obras, unas tenues luces titilantes y el quitamiedos de la curva a medio sustituir.

Por aquel susto tan imprevisto no conté los segundos de vuelo libre con el morro en picado. Fue un golpe seco como ningún otro que yo recordara en toda mi vida, lo que me devolvió al momento presente. Algo amortiguado por los arbustos y la maleza hice los últimos metros de aquel forzoso aterrizaje.

Un cielo tan despejado como estrellado me dio la suficiente iluminación para ver que mi coche ahora era un amasijo de hierro encerrándome en un habitáculo que había cumplido con la norma de deformación por impacto, pero que me había dejado tan enjaulado que únicamente por el parabrisas (si fuera capaz de arrancarlo) podría yo salir; la densidad de la maleza imposibilitaba tanto intentar abrir las deformadas puertas como intentar salir por alguna ventanilla.

Me pasé varios minutos tocándome todas las partes del cuerpo para evaluar cualquier tipo de daño físico. Y aunque estaba prácticamente encastrado en aquel habitáculo, sin casi movimiento alguno, salvo dolores por todo el cuerpo de golpes, no me apercibí (milagrosamente) de nada roto. En cuanto a heridas de sangre, si note que se me había clavado la punta de mi pluma estilográfica (sí, soy un poco cursi) en el muslo derecho.

Si quería salir a pedir ayuda, aquí abajo seguro que nadie me vería aun sin la niebla del Páramo, tendría que sacarme aquel plumín de acero de la pierna para poder después acabar de romper el parabrisas y salir del coche. Con todas las magulladuras que tenía por el cuerpo lo de la pierna casi ni lo sentía, así que agarré con determinación la estilográfica y tiré de ella a la de uno y medio (justo antes de decir dos).

A pesar de mi gesto de machote heroico me debí desmayar porque las estrellas del cielo se apagaron de golpe. No sé cuanto tiempo estuve así, inconsciente, pero sí que volví de mi vahído para luchar como pude por romper aquel maldito parabrisas que me impedía la fuga de la cárcel, que era ahora mi puñetero coche. Aquí he de ponerme una medalla a mi tenacidad porque lo intenté con todo aquello pudiera tener a mano.

Finalmente, se me ocurrió usar mi pluma estilográfica asesina como puntero para abrir la grieta más grande de aquel cuasi cristal antibalas. Y ya fuera, por la desesperación o el ímpetu de mi golpe, este saltó como un puzzle de pequeñas piezas de vidrio. El primer paso de mi misión de huida ya estaba completado.

Ahora me tocaba un ejercicio de contorsionismo para ir liberándome, miembro a miembro, de la prisión, del habitáculo de mi coche. En esta fase, por los dolores y forzar piernas y brazos para salir de aquel traumático abrazo, también merecería otra condecoración o, al menos, unas palmaditas en la espalda.

Una vez fuera del coche la vegetación me cubría casi por completo y por salud mental decidí no mirar hacia arriba (ver la caída me habría podido acabar de acojonar). Sabía más o menos donde estaba, pero no desde el plano inferior donde ahora me encontraba, así que decidí tratar de encontrar un camino siguiendo hacia el lado opuesto del barranco.

De pronto noté los pies mojados hasta los tobillos y, a falta de camino, seguir un regato también me valdría. La fría humedad de aquella líquida alfombra no me importaba nada si me llevase a algún pueblo, pequeña aldea o simple casa de campo. Mis pensamientos seguían a mis pies y estos daban pasos porque eran como el eco de mis deseos.

El tiempo hacía un buen rato que parecía tan estancado como yo caminando por aquel regato que no llegaba a riachuelo (seguro que el cambio climático tendría algo que ver con que hubiese tan poco caudal de agua). Por fin un edificio de piedra delante de mí, eso sí, algo ruinoso (le faltaba más de medio tejado) con una gran puerta de madera.

Atando cabos mentales llegué a la conclusión que sería una esclusa o viejo molino de río, o incluso ambas cosas. Por los lados no había salida alguna, así que al llegar a su frontal me esquilé (trepé) como pude para llegar al nivel de la gran puerta. Seguro que si accedía al otro lado habría una salida a la ansiada civilización que llevaba toda esta larga noche buscando.

Aquel portón, por la fuerza, era del todo invulnerable, necesitaría como en el famoso dicho, algo de maña. Y ¿qué tendría yo para usar como llave o algo similar que pudiera liberar el resbalón? Pues claro, mi pluma estilográfica que tanto uso había tenido aquella noche. Aquí, tampoco sé las veces que intenté forzar aquella cerradura, para conseguir que se abriera la puerta. Fijo que muchas, muchísimas veces, pero a cabezón (o en este caso tenaz) no me gana nadie.

Cuando empezaron a crujir las bisagras, la puerta se abrió y sentí una sorprendente satisfacción. Ni yo en mis mejores momentos me habría creído tan habilidoso cerrajero. Al entrar me encontré ante una diáfana sala solo con una gruesa mesa de madera en un extremo con dos sillas igual de toscas a su lado. Al acercarme, me percaté (de lejos y, sobre todo, de noche veo más bultos que detalles) que ya había alguien allí; seguramente algún vigilante.

Cruce la sala tan rápido como pude para explicar mi situación antes de ser tomado por un maleante o ladrón por aquel paisano. Resultó ser vigilanta, allí sentada, fumando un largo cigarrillo y con una copa estaba Ella. Al llegar a su altura ni se sorprendió ni tan siquiera me miró, solo me dijo sírvete que con la noche que llevas falta te hará.

De vigilanta, al momento, a aquella mujer allí tan plácidamente sentada, la ascendí a adivina o bruja directamente. Yo, sin mediar palabra, me senté en la otra silla y vi que en la mesa delante también tenía una copa y una botella lista para que me sirviera. El primer trago me supo a gloria, si hubiera dicho que era ron añejo o coñac francés, habría acertado con ambas posibilidades.

Un segundo trago, esta vez más pausado, de tan espirituoso licor, fue el arranque de nuestra conversación. Esta vez, Ella, sí me miro mientras me preguntó que si ya había tenido tiempo de entender por qué había llegado hasta allí. Yo mentalmente recapitulé todo lo que me había sucedido aquella tarde noche y no acertaba decidir ni que sí ni que no.

¡Oh!, vaya, volviendo mis pensamientos hasta el Páramo, caí en la cuenta. Al ir tan despacio conduciendo por la niebla, encendí la luz de cortesía del coche y saqué la carpeta de lo que iba a auditar en el almacén, empecé con mi pluma estilográfica a marcar las partidas que comprobaría, así ya iría a tiro hecho en mi auditoria. Al mirar de reojo el cuentakilometros me di cuenta que ya había recorrido todo el Páramo y de ahí que no tuviera tiempo de reaccionar para girar el volante en aquella curva tan cerrada.

Lo demás fue fácil, si mi estilográfica hubiera tenido puesto el capuchón no me habría clavado el plumin en el muslo pinchando la arteria femoral. Mi desmayo fue por la perdida de sangre hasta desangrarme cuando me saqué la estilográfica de la pierna. El escapar del coche, el deambular en la noche, ¡ya sin estrellas!, es únicamente el camino de adaptación que no te queda otra que hacer para adaptarte a tu actual situación.

No hizo falta que Ella me preguntara de nuevo. Con un movimiento muy habíl (la de veces que ya lo habría practicado) y a la vez ceremonioso puso en la mesa un grueso papel como un diploma al que solo le faltaba que yo, por supuesto, con mi pluma estilográfica firmase; algo que hice como un acto reflejo.

—Así ya, oficialmente, puedes cruzar esa puerta y asentarte donde te apetezca. Tienes infinidad de Almas y todo el tiempo del Universo para que encuentres tu nuevo sitio sin prisas. —Me dijo Ella entre irónica y ceremoniosa, cual azafata de embarques.

De hecho, estuve a punto de pedirle una cita, ya que habíamos bebido juntos en la misma mesa, y rompimos tan fácil el hielo. Pero su sonrisa (esta vez entre pícara y maliciosa) me confirmó que La Parca te lee las intenciones antes, incluso, de que las llegues siquiera a pensar.

Pues nada, esta es mi historia de como hasta aquí yo llegué y, dado que en este lado no hacen falta presentaciones, la intercambio con el resto de las Almas aquí presentes; que son la hostia y muchas más.


🍻🍻🍻Cheers VadeReto &  Alianzara🖐️




12 comentarios sobre “VadeReto & Alianzara (NOVIEMBRE 2024).-

  1. Hola, JM.

    Menuda historia. Tanto sufrimiento y esfuerzo para saberse finado y sin posibilidad de resurrección. Al menos, tuvo una entrada tranquila al averno, o tal vez en terreno celestial, y le permitieron elegir lugar y compañía.

    Una pena que tanta habilidad a lo MacGyver con una simple pluma no le sirviera para evitar su destino. 😉

    Enhorabuena. Un relato intenso que me recordó aquellos tiempos de carretera y manta en que tenía que visitar algún pueblo para impartir clases. Viví algún viaje con esa misteriosa niebla y la aprensión a terminar, como poco, en una cuneta. Esta historia nos recuerda lo fácil que es despistarse y terminar muy mal.

    Muchas gracias por la participación, amigo. No se me hizo pesado, todo lo contrario, lo leí con satisfacción.

    Abrazo Grande. 🍻🍻🍻🍻

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    1. Gracias, JA, llevo un año que en vez de ir poniéndome al día he acumulado más atraso, pero aunque sea a salto de mata a ver si al menos voy contestando.

      Como no tenía muy claro el reto y para no repetirme con los sitios comunes se me fue ocurriendo este viaje recurrente con alguna otra historia mía, pero en una nueva revisión,

      Los despistes en la carretera aun yendo a veinte por hora pueden tener resultados inesperados y más si las condiciones lo propician como una densa niebla.

      Saludos y a ver si nos leemos antes del veinticinco. 🍻🍻🍻🍻🍻

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  2. Hola JM

    ¿¿¿Y la foto de la pluma estilográfica??? Porque es lo único que me falta en este relato pormenorizado donde ella: «la pluma» es la protagonista del viaje. Has logrado que nos metiéramos en el relato y en la mente de quien nos lo está contando, compartiendo sus ideas, conversando con él, asintiendo a sus opiniones: un viaje por carretera de más de 2 horas, a mí también me agota antes de empezar. Y si «son en el último momento, por obligación», peor que peor. Un viaje de lo más ameno. Hasta que… decides seguir tu camino a pesar de la advertencia y el sentido común. ¡Pero bueno, cómo se te ocurre!

    ¡Me ha gustado mucho tu aporte! Y si me permites una pequeña sugerencia: yo que tú, no me entusiasmaría mucho con La Parca. Piensa que, según su propia recomendación: «Tienes infinidad de Almas y todo el tiempo del Universo para que encuentres tu nuevo sitio sin prisas». Y quien dice «sitio»…

    Un abrazo.

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    1. Hola, Marlen. He tomado buena nota, de hecho creo que ya usé en alguna otra historia esta misma pluma, pero si actualizas mi página, verás que ya está presente máxime siendo protagonista indiscutible.

      Me alegro de que te haya gustado la historia, temía que por enrollarme más de la cuenta fuera un poco pesada. En cuanto a La Parca no hay problema porque su visión es la subjetiva del momento y después ambos seguimos con lo nuestro. Ella a firmar contratos para la Eternidad y yo a soltar mi rollo a cualquier Alma que se me ponga a tiro.

      Saludos y nos leemos.

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      1. Hola JM

        Me encantan las plumas y la tuya ¡Es preciosa!

        En cuanto a la historia, de pesada, ¡nada de nada! Me gustan las historias con muchos detalles que me llevan por el recorrido permitiendo que mi imaginación se detenga para disfrutar de cada rincón, de cada pensamiento.

        Y cuando me refería a tu conversación con La Parca, creo que lo de «soltar el rollo a cualquier Alma que se ponga a tiro» debe ser bastante normal. ¿Qué otra cosa interesante se podría hacer por allí?

        Saludos, hasta la próxima.

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        1. Hola, Marlen, gracias. A mí también me gustan las plumas y tengo pendiente (desde hace años) hacer un autocurso de caligrafía porque mi letra sería matrícula de honor en medicina. 😂😂

          Y, bueno, después de firmar, ¿qué más me podría hacer La Parca? Estaba practicando mi palique con la recepcionista de la red social más poblada del Universo.

          Saludos y gracias por paliquear 🖐️

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  3. ¡Hola, JM! ¡Qué relato tan bien narrado! Me ha gustado mucho como has sabido mantener la intriga y la tensión a lo largo de la historia. Esa niebla en la carretera ya augura que algo malo le va a suceder al protagonista y te mantiene en vilo todo el tiempo.

    Cuando sufre el accidente y se queda encerrado en el coche, es realmente impactante y su lucha por salir de ahí es tremenda. Lo has descrito con gran detalle y consigues que la escena sea muy visual y aterradora.

    Después, ese giro inesperado cuando el personaje encuentra el edificio de piedra y habla con la Parca me parece fantástico. Me tomó totalmente por sorpresa que el protagonista ya estuviese muerto.

    Y también me han encantado esos pequeños toques de humor que le has ido dando a toda la historia. ¡Magnífico!

    Muchas gracias por participar en el reto. ¡Un abrazo!

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    1. Hola, Cristina, yo me alegro de haber podido participar en este Reto compartido. Entre que no ando muy inspirado y tengo que abusar de la improvisación y que también me he vuelto muy vago, siempre es para el final cuando me meto en faena y muchas veces hasta ni eso.

      Como no tenía muy claro los derroteros de la historia, la niebla me hizo de cortina de humo y la pluma de llave maestra para seguir en donde me quedaba estancado. Lo del toque irónico es la firma de la casa para que se pueda digerir mejor mis historias y no se atraganten.

      Gracias a ti por el reto y espero seguir participando en tiempo y forma.

      Saludos.

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  4. ¡Hola JM! Nunca una estilográfica tuvo tantos usos jajaja Muy interesante todo el relato y ese viaje que se marca el personaje para encontrar el camino hasta su nueva estancia en el más allá.
    Es un relato, además, que nos recuerda lo importante que es permanecer atento en la carretera porque cualquier despiste nos puede costar muy caro.
    Un saludo.

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    1. Hola, Rocío. Cualquier objeto nos puede servir para muchas cosas y más siendo el causante de todo. Tal vez en el subconsciente se quedó fijado hasta que finalmente se aclaró su fatídico uso.

      Y sí, aun conduciendo a veinte por hora hay que tener cuidado porque en un segundo las cosas pueden cambiar como en esta historia.

      Saludos.

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  5. Me estaba oliendo que tras el accidente, al pobre conductor no le quedaría ya nada que hacer en el mundo de los vivos. Es una historia que te lleva de la mano hacia terrenos insospechados donde el protagonista descubre poco a poco la naturaleza de su final. Hay un momento muy bueno en el que aparece Ella con la botella de licor en la casona semiderruida. Marcas un entorno evocador, donde parece que el lector es el protagonista y la historia es muy entretenida e interesante.

    Enhorabuena.

    Saludos

    Marcos

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    1. Hola, Marcos, tu instinto lector no te engaño, una pluma estilográfica que sirve para todo como una navaja suiza era un poco surreal. Sí, las puestas en escena y los decorados y la ambientación delatan lo peliculero que soy y me gusta verlo como en una foto (dentro de mis limitaciones literarias, por supuesto).

      Saludos.

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