Por mediación de El arca de las palabras del blog de Úrsula un nuevo relato para la ya conocida Tertulia de las diez.
Todos seguramente hemos tenido alguna experiencia que resulte difícil de contar e imposible de darla una explicación lógica. No son hechos frecuentes pero si determinantes y nos quedan grabados, como un tatuaje, en nuestra conciencia.
Han pasados muchos años, más de medio siglo, y todavía lo recuerdo como si fuera una película que acabara de ver. No hay mucho que contar, simplemente una percepción que, a día de hoy ,se podría interpretar como algo imaginado por la mente libre de un niño.
En aquella época la guardería era la propia casa hasta que a los cinco años empezabas el parvulito en la escuela. Así que lo normal era jugar en el propio piso cuando no te dejaban bajar a la calle. Tampoco era extraño quedarse solo en casa ratos sueltos, sobre todo si te veían entretenido, como solía ser mi caso.
Yo jugaba en una sala que era mitad habitación y mitad zona de paso con un armario empotrado llenando un gran hueco de la pared. El caso es que, de vez en cuando, oía voces, como conversaciones de personas que estuvieran a mi lado. Al principio, recorría la casa para intentar localizar su presencia, con cuatro años era como un juego, no encontraba a nadie y volvía a mi recinto de juegos como si nada.
Con el tiempo, me di cuenta que en cuanto salia de la sala las voces también desaparecían y esas conversaciones, de dos o tres personas, tenían una ubicación determinada por lo que dejé de buscarlas por el resto de la casa. La siguiente idea imaginativa que me surgió era que estaban dentro del armario empotrado.
Efectivamente, el enorme mueble era como una antena o un altavoz para esas psicofonías que, curiosamente solo yo oía, ya que en alguna ocasión estando acompañado yo era el único que pareciera escucharlas. Un día, sin tener ninguna percepción, jugando, abrí una de la puertas y fue como encender la radio, salían voces de él, las mismas que ya me había acostumbrando a oír.
El caso es que, mi nivel de comprensión sí identificaba las palabras y hasta las frases, pero carecían de sentido para mí. En ningún momento sentí miedo, tal vez porque tampoco eran gritos ni siquiera voces amenazantes, eran normales y por la noche nunca me despertaron.
Cuando se acabo ese verano, también se terminó mi sala de juegos de mañana y tarde, la escuela del barrio fue mi condena diaria. A partir de ese momento, ya era mayor para oír voces porque no volví a escucharlas o, simplemente, perdí esa temprana facultad.
¿No sería un amigo invisible? Pregunto porque yo tuve uno
Muy bueno, J. Recuerdos que se quedan tatuados
Saludos
Me gustaLe gusta a 1 persona
No, mis amigos invisibles, eran inventados. Y las voces no me hablaban a mi, lo hacían entre ellas.
Saludos U 🙂
Me gustaLe gusta a 1 persona
Pues eso parece peor, no sé! 🙃
Me gustaLe gusta a 1 persona
El tuyo era real?
Me gustaMe gusta
Wow, no se si asustarme, me ha gustado mucho pero al mismo tiempo me ha hecho recordar pesadillas recurrentes de cuando niñas… quizá escriba al respecto para ver si así lo supero… como sea, me ha gustado, gracias por compartir los recuerdos de niñez. 🙂
Me gustaLe gusta a 1 persona
Me alegro te haya gustado, hay cosas que se escapan a la realidad y no tienen que ser, necesariamente, fantasías infantiles.
Saludos 🖐️
Me gustaLe gusta a 1 persona
Yo creo en mundos compartidos. o diferentes planos de este mismo mundo. Hace no demasiado tiempo tuve una experiencia, corta pero intensa y placentera, al respecto. Algo así pudo ser lo que vivieras, escuchar uno de esos mundos paralelos. El cole no ayuda a mantener esos espacios: no es «correcto» ;-). Un abrazo jm
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias por el aporte, lo que sabemos no tiene ni comparación con lo que desconocemos.
Saludos
Me gustaLe gusta a 1 persona