Leyendo una entrada reciente, del vecino Antoncaes, me he acordado de una anécdota similar del Percebe el año pasado por estas fechas de julio.
La cosa es que mi colega andaba fanfarroneando que podría hacer una etapa del Tour en el mismo tiempo que los profesionales. Conociéndole no de dábamos mucho crédito, máxime cuando nunca le vimos subido en una bicicleta, pero le seguíamos la corriente para picarle más si cabía. Así entre cerveza y cerveza le cogimos por la palabra para ver hasta donde llegaría con su bravata.
El tema subió a mayores, en los siguientes días hasta que un sábado nos invitó a ver la etapa, una de montaña encima, en su casa mientras él emularía a los verdaderos corredores. De hecho nos invitó a comer a eso de las dos, antes que empezara la retransmisión en directo. Nosotros ya nos juntamos, una hora antes, para ir calentando el paladar en los bares de avituallamiento habituales.
A las 14:10 llegamos a la guarida del Percebe, cualquier otra definición parecería irónica, donde una mesa con generoso fiambre, queso y demás picoteo nos esperaba; para la comida y la bebida el Percebe no anda con minucias. Mientras vaciábamos los platos, los cuatro invitados, no parábamos de lanzarnos miradas cómplices y disimular risas hacia nuestro anfitrión.
A eso de las tres de la tarde empezaba por la TV la retransmisión y el Percebe sin, previo aviso, se fue a cambiar y prepararse para la prueba. Justo después de la breve introducción por parte de los comentaristas del Tour, entró nuestro anfitrión con un pantalón corto y una camiseta bien ceñida a su generosa tripa, portando una bicicleta estática, debajo del brazo, como si de un perchero se tratara.
El espectáculo era digno de verse, tanto en el televisor como en vivo al lado nuestro. Efectivamente, el Percebe estaba pedaleando y dentro de lo que cabe, aumentaba o bajaba el regulador de esfuerzo, según los profesionales estuvieran subiendo o llaneando en la etapa. Al cabo de una hora, el sudor de nuestro colega había teñido por completa la camiseta que ahora estaba pegada como una segunda piel a su oronda silueta. Por la frente el sudor era un rio fluyendo sin respiro como su jadeantes resoplidos.
Viendo semejante tenacidad y cabezonería juntas, nosotros cambiamos nuestras burlas por jaleos de ánimo al pobre Percebe, eso sí, sin perder nuestra conocida socarronería. Ya estábamos a cinco kilómetros de la meta y empezó un sprint frenético en el televisor y totalmente desenfrenado a nuestro lado. En el último giro antes de cruzar la meta no teníamos claro si ganaría el escapado o nuestro Percebe con sus tremendos bufidos.
Al final no hizo falta fotofinish, nuestro anfitrión gano por un cuerpo, con tanto pedaleo sin control los tornillos de las patas, de su bicicleta estática de competición, salieron despedidos y el Percebe entró de cabeza por la pantalla del TV justo antes que el ciclista escapado.
Unánimemente le aplaudimos todos como ganador pero, también por unanimidad, a mano alzada y con la otra taponándonos la nariz, le pedimos que se duchara antes de salir a celebrarlo; con tanto sudor en el ambiente la sala ya olía como la letrina de una manada de tigres con colitis.
Día memorable que nos recuerda el Percebe cada vez que coincidimos, a propósito, para tomar algo. Por ello sabemos que desafiarle a algo es apuesta perdida aunque, a veces, le tentemos con alguna barbaridad 😛