La tertulia de las diez: «El pequeño Chin+»


Por mediación de El arca de las palabras del blog de Úrsula un nuevo relato para la ya conocida Tertulia de las diez.

Chin y su metro sesenta no fueron más arriba, ni siquiera le llamaban Pachin, se quedo en Chin; así que, como pequeño, fue objeto de burla en la escuela y carne de cañón por los matones del instituto. No obstante, Chin acabó dos módulos de grado medio y, al ver que no encontraba trabajo fijo en esos oficios, no dudo en apuntarse en una academia de seguratas.

Así con las chapuzillas y los trabajos temporales sacaba para sus gastos y pagar los gastos de su nuevo aprendizaje. Físicamente llegaba por los pelos a las marcas solicitadas, en cambio, en la parte teórica, era fuente segura a la hora de copiar, por parte de alguno de sus musculosos compañeros.

A pesar de su dedicación se graduó un año más tarde, la estatura le paso esa factura en una simulación de agresión, pero Chin aprendió bien la lección y en la siguiente convocatoria consiguió su ansiado título. La suerte quiso que ese mismo verano, tuviera plaza de sustituto en el centro comercial de su barrio.

Chin con su uniforme de segurata, resultaba gracioso, casi parecía un niño disfrazado de ello. Pero bueno, en el vecindario todos le conocían y sabían que era buena gente, así que al cabo de unos días las risas encubiertas, al saludarle, fueron desapareciendo. Por su parte, él estaba encantado y se sentía realizado, máxime cuando el grandullón de su compañero le estaba más que agradecido por un par de preguntillas de su examen final.

La guardia, de aquel domingo de agosto, iba a ser tranquila al no ser un festivo de puertas abiertas y, que el intenso calor de la calle, no podría con el agradable aire acondicionado de su centro comercial. Algo, que no pensaban los cuatro gandules, al pretender dar un palo al almacén como si este fuera su economato particular.

La alarma no saltó pero el compañero de Chin se topó con el último gamberro que se coló por la ventana del baño, al salir precisamente de hacer sus necesidades. Los otros tres ya, al final del pasillo, al abrir la puerta vieron al pequeño segurata que estaba esperando por su colega para hacer la ronda.

En el interior de los servicios el uno contra uno era equilibrado, peso y envergadura parecidos y la pelea podría decidirla quien tomara la iniciativa. Al otro extremo del angosto corredor, los tres matones que, precisamente eran los abusones que le hicieron la vida imposible en el instituto a Chin, le iban empujando entre risas e insultos recordando los viejos tiempos de colegio.

En el interior de los servicios la pelea duro cinco minutos, al final la profesionalidad y el entrenamiento del segurata pudo reducir a su callejero adversario. Todo contento, por su hazaña, fue al encuentro de Chin pensando que este no se había enterado de nada.  Cuando llego casi al final del pasillo con su trofeo bien esposado, ambos no pudieron dar crédito a la escena.

En el suelo, como tres terneros de rodeo amarrados, estaban los abusones, Chin a su lado estaba guardando la porra. Los dos compañeros se saludaron muy profesionalmente y quedaron en llamar a la policía que se hiciera cargo de ese ganado.

Esa noche, mientras Chin daba la última vuelta de control, su compañero revisó la grabación del pasillo. No podía entender, como su pequeño colega pudo con esos tres rufianes, mientras que él tuvo que sudar lo suyo para poder solo con uno. Las imágenes fueron de los más aclaratorias y aquí, lo de pequeño pero matón, se queda corto.

La cámara mostraba como la primera figura que iba delante a empujones, seguida de tres los tres grandullones, se vuelve súbitamente y, de un certero puñetazo al hígado y un gancho igual de preciso en la barbilla, deja noqueado al primero. A continuación se agacha haciendo que el matón de en medio tropiece y de un buen coscorrón con la pared. El último; el cabecilla de estos impresentables, iba con el móvil grabando la escena del abuso post escolar al que iban a someter a Thin, en memoria de aquellos lejanos tiempos; cuando quiso enterarse, solo noto algo duro y muy veloz que le subía por entre las piernas, para acabar estrellándose, en esa zona tan blanda como dolorosa si no se toca con cuidado. La porra no tuvo esos miramientos y, un insufrible dolor, hizo que se desmayara. Lo siguiente fue otro buen coscorrón al de en medio para acabar la faena y tener a los tres becerros bien quietecitos para las abrazaderas de nailon.

Al volver Chin de la ronda, su compañero le estrecho la mano con todo respeto. El pequeño uniformado adivinó lo que había pasado  y solo comentó: En el instituto no me atreví e hice bien en esperar el momento, aquí en un pasillo estrecho el tamaño juega en contra y su ventaja acabo siendo su perdición, además que vamos de uniforme y llevamos una buen porra, Coño.

Ambos se rieron a gusto hasta que fueron relevados, se fueron sin contar nada a los otros dos seguratas, que iban de chulitos porque eran escoltas, ya se enterarían por la prensa en el descanso para el desayuno. A los pocos días, un vídeo de Youtube que todo el barrio ya había visto, protagonizado por Chin Norris como ahora lo llamaban, les hacía sentirse más seguros.

 

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