La maldición II ft. Alicia Adam


Continuación de La maldición by Alicia Adam con epílogo adicional para quienes prefieran finales más cerrados.

La maldición II

Jacinto, como cada mañana, se paró junto a la fuente de la cueva a saciar la sed matutina, antes de seguir con su trabajo cruzando la montaña; haciendo una galería para no quedar incomunicados en invierno. Desde la sombría casita del linde, la bruja lo observaba día tras día y hoy conseguiría que su pócima, impregnada en la vasija de beber de la fuentecilla, hiciera lo que sus otras tentativas de seducción no consiguieron.

La malvada estuvo toda la mañana y la tarde repasando su plan de conquista, relamiéndose de su éxito, esperando que el ocaso el fuera testigo inocente de su felonía. Así como un reloj, con los últimos rayos de sol, Jacinto salio de la cueva con el pequeño zurrón de la comida a la espalda silbando, con paso ágil para llegar al pueblo y cenar con la hija del tabernero; su querida Flo.

En el primer giro del camino, donde todavía los rayos de sol incidían mientras se retiraban, una silueta envuelta en una fina seda blanca se transparentaba aprovechando esa última luz previa al ocaso y al pecado. El joven alegre ante tal aparición se paro a contemplarla hasta reconocer a la mujer. —Hola Matilde, que bien te sienta esa túnica, realza tu figura aunque igual deja vislumbrar más de lo que debiera— dijo con tono cortes aunque algo abrumado.

La bruja no cabía en si misma, él la había visto deslumbrante y, por experiencia, sabía que los hombres, con provocación, no necesitan de estar bebidos para atreverse a soltar sus instintos, pero en esta ocasión seria un as más en la manga. —Zalamero eres Jacinto, con que buenos ojos ves a esta solterona. Acompáñame a casa y, mientras te ofrezco un vaso de vino, te hablo de un trabajo que necesito me hagas.

La bruja preparó dos buenos vasos de vino, uno por supuesto bien rociado con su pócima de amor, justo delante de la chimenea para que la luz de las llamas fueran, en esta ocasión, las que iluminaran sus provocadoras transparencias. Después de llenar por dos veces los vasos, Jacinto se levantó y quedó para otro día en hacer el trabajo que sirvió de excusa para tal cita.

Esa noche, desde la siniestra casita del linde del bosque, las voces de las maldiciones hicieron estremecer hasta a los lobos, que las acompañarían, aullando al unísono. ¡Maldita y maldita sea! ¡lo tenía en el bote, a mi merced y se marcho como si nada! ¡maldita y remaldita yo! El libro de hechizos y pócimas lo decía bien claro como nota al pie, eso sí, en letra mucho más pequeña:

» Esta pócima es infalible hasta estando enamorado el sujeto de otra mujer, la única contra indicación es que es de un solo uso pues, con una segunda dosis, la víctima quedaría para siempre inmunizada»


Epílogo

(solo para quienes no quieran imaginar el resto por su cuenta) 😛

Al final casi del otoño, Jacinto acabó la galería que cruzaba la montaña y ese invierno ya no sería tan crudo. Por su parte, Matilde superó su decepción y vio, en el solitario guardabosques, su compañía las noches frías gracias al pasadizo. De hecho, desde que un día él la sorprendiera en el rio bañándose, se hacía el encontradizo con bastante frecuencia. Romero no era tan apuesto como su Jacinto, pero sí más acorde a su edad y seguramente con buena solera 😉

Al final, gracias al pasadizo, Jacinto, si daría la ansiada felicidad a la bruja de la casita del linde del bosque.

Colorín colorado 
hasta la bruja,
menuda maruja,
nos ha ligado.
Y esta historia, 
tan notoria,
se ha acabado.

 

7 comentarios sobre “La maldición II ft. Alicia Adam

  1. Me gusta mucho. Se te da muy bien continuar las historias.
    Es cierto que a mí me encantan los finales abiertos, y tiendo a dejar los textos así. Por tanto, encantadísima con este final tan redondo y, reitero que, con toda libertad puedes seguir con todas las entradas que te sugieran algo.
    Muchas gracias.

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  2. Estaba yo leyendo a la bruja esta, que más que bruja parece ser un poco golfa, que se ha quedado a dos velas, al menos hasta que invente la electricidad, entonces se quedará sin luces. Que al final el que no se consuela, es por que no quiere. Como no, a las pruebas me remito, si Venancio no quiere coles, buscamos al verdulero que seguro que querrá conejo. 😉

    Le gusta a 3 personas

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