La tertulia de las diez: «Mi pequeña habitación del tiempo»


Por mediación de El arca de las palabras del blog de Úrsula un nuevo relato para la ya conocida Tertulia de las diez.


Las mudanzas nunca me han gustado, siempre me han estresado aun cuando hubieran sido meticulosas y anticipadas con tiempo de sobra. El hecho de quitar y guardar la historia de tu vida en objetos, para luego desempaquetarla y colocarla en otra parte, me termina agobiando tanto en la primera parte como en la segunda.

En esta ocasión previsiblemente sería la última y definitiva vez. La oferta y mi demanda, por una vez, fueron completamente favorables y di convencido el paso. Cambiar mi pequeño, pero céntrico pisito, por un apartamento nuevo en una urbanización en las afueras, a parte del algo de liquidez para acondicionar mi nueva vivienda me daría también una calidad de vida añadida.

Mi urbanización no era grande ni con muchas alturas. Estaba próxima, pero no pegada a un centro comercial, y comunicada cada hora por autobús con el centro urbano. Detrás de los bloques de viviendas estaba el parque que en su extremo enlazaba con el Paseo de la Marisma. Y al final de esta avenida, custodiada a ambos lados por frondosos árboles, una bifurcación en uve nos lleva a una pequeña playa con embarcadero o bien a la entrada lateral del aeropuerto local.

Por la diferencia de precio entre mi piso céntrico y el apartamento del extrarradio pude amueblar sin lujo pero por completo mi nuevo hogar. Esto me beneficio a la hora de la dichosa mudanza dado que aproveche a hacer limpieza y como resumen diré que dejé más de lo que me llevé. Total, en mi nueva casa; la cocina, el comedor, la sala de estar y la mini terraza eran todo uno; al otro lado la habitación y el baño casi completaban los metros cuadrados de mi nueva propiedad.

Quedaba una estancia que yo pensaba era un armario empotrado pero me equivocaba al ser a lo largo. Sí, parece ser que hubo una pequeña remodelación interna al anular el pasillo, le pusieron una puerta en el extremo quedando así como un trastero de bolsillo. Al estar al lado de la entrada podría valer para meter el aspirador, la bicicleta, el calefactor, así que después de todo no era tan inservible.

Al poco de vivir en mi pequeño palacio me fui dando cuenta por qué me costó menos de lo esperado siendo nuevo y tan estratégicamente situado. Por el día no se apreciaba pero, durante el silencio de las madrugadas, los vuelos nocturnos en su aproximación al aeropuerto eran más que ruidosos. Te llegas a acostumbrar pero en las noches de sueño ligero resultaba inevitable despertarse sobresaltado.

En una de esas veladas, en que el estruendo me despertó por tres veces, se me ocurrió una idea para sacar más partido a mi pequeño trastero de dos por un metro. Esa mañana me acerque al centro comercial y compré material de aislamiento y tubos de ventilación, ya lo tenía todo pensado y solo era cuestión de llevarlo a cabo.

Sin ser un profesional, ni siquiera mañoso del bricolage, en tres días convertí ese pasillo ciego en mi habitación para las noches de mal sueño. El trastero quedó perfectamente aislado y con ventilación de sobra. No entraba una cama pero si un sillón ergonómico y una mesita para poner un portátil, una lamparita led, el ebook y los auriculares; es decir, mis herramientas de ocio preferidas.

Me quedó tan incomunicado que, dentro de mi cuarto de aislamiento, ni puse toma de corriente, ni entraba Internet o red alguna. Lo usaría para escuchar música, leer o ver alguna película; por baterías externas no me quedaría sin fuente de energía. Una vez todo preparado no quise inaugurarlo sin motivo y esperé a una de esas noches que me costara dormir y con los aviones ronroneándome al oído.

Aquella tarde ya andaba con alguna molestia en el estómago presagiándome una noche toledana de duermevela amenizada con tres o cuatro aterrizajes. Después de cenar ligero cogí el ebook y el mp3 con un bucle de varias horas con sonidos de la Naturaleza; dentro de mi zulo ya estaban las baterías de reserva y al menos dos lámparas de led. Solo habían pasado un par de días desde que por terminado di mi refugio.

Ya dentro, a pesar de lo reducido y casi claustrofóbico espacio, la buena aireación le restaba la sensación de hueco cerrado y aire viciado. Por otra parte al cerrar la puerta pareció como si el aislamiento fuera aun mayor, yo no oía nada a parte de mi respiración y eso por la excitación del momento. Quise empezar fuerte y busqué una novela de aventuras e intrigas en mi ebook solo que en su versión original en ingles.

Mi dominio de hasta el idioma nativo deja que desear, en cambio tengo la buena costumbre de consultar el diccionario, así que con mi reto de esta noche acabar el primer capítulo sería todo un triunfo. Empece mi ardua lectura con la música de un bosque en mis oídos, sin prisa pero sin pausa como se suele decir comencé las primeras líneas casi buscando palabra por palabra, no me importaba me sentía tranquilo y la molestia del estómago solo era un reflejo sin visos de que fuera a más.

El sueño no tardó en llegarme y recostándome algo más en mi cómodo sillón me dejé embelesar. Un curioso sueño me llevó de nuevo a las clases de idiomas de la escuela, yo creo que reviví todas y cada una de ellas de todos los cursos. Yo me veía a mi mismo como perdía el tiempo aprendiendo poco que era realmente lo que paso y por otro lado mi yo espectador seguía con atención las explicaciones. La cosa no acabó ahí continuo con mis andanzas en el instituto en esa misma asignatura donde tampoco destaque. Mi yo observador sí que estaba por la labor y aprendió como un aventajado alumno todo lo explicado. El remate fue verme de nuevo en los varios cursos ya de adulto que hice para tratar de coger un mínimo nivel de inglés, paso lo mismo; yo como siempre a medio pelo y mi observador al cien por cien en cada una de las clases.

Al despertarme tuve la sensación de haber revivido todas y cada una de las clases de idiomas que había dado en toda mi vida y así sin exagerar eran como más de mil horas. Salí de mi cuarto, en ese momento hubiera podido decir que de estudio, y solamente era media noche. Solamente había estado dos horas aislado de las cuales una leyendo palabra a palabra una novela en ingles y la otra soñando en mil horas de mis clases de idiomas.

Me acosté normalmente y, seguramente por tanto estudio, esa noche no me despertó ningún avión. Por la mañana pensé que todo había sido un sueño dentro de otro sueño y que al final mi supuesto aprendizaje solo sería un espejismo. Después de tomar mi café para acabar de despertar busqué el ebook y busqué por donde me había quedado. Empecé como quien no quiere la cosa a leer y salvo alguna frase hecha o un párrafo enrevesado mi soltura nada tenía que ver con las primeras líneas de la noche anterior. A la hora de comer ya tenía más de media novela leída y asombrosamente comprendida.

Las semanas siguientes me dedique a practicar mi nueva habilidad y me resultó muy gratificante poder leer libros en inglés casi como si estuvieran en castellano. Pasada la euforia de mi casi mágico conocimiento volví a dormir peor y cuando tuve otro amago de noche en vela no dudé en volver a pasar la noche en mi cubículo del saber. En esta ocasión me llevé uno de esos teclados que parecen fáciles de tocar y a la tercera nota, yo al menos, me quedo ya en blanco.

A las diez de la noche comenzó mi concierto. Ni con las fáciles indicaciones para niños conseguía teclear media docena de notas seguidas. Lo intentaba y lo intentaba otra vez, por mucho que me gustara la música intentar reproducirla era algo a años luz de mi habilidad. Cerré los ojos para buscar concentración y lo que conseguí fue un sueño profundo, incluso más que la otra vez. Salvo algo de solfeo y un poco de canto coral yo no había tenido más educación musical; pues ahí estaba yo viéndome cantar notas y moviendo la boca y sin perderme una sola de cada una de estas pantomimas.

La segunda parte del sueño ya era más bien una pesadilla. No me veía a mi mismo sino que era yo el que con el maldito teclado, ahora con algo más de tiento estaba practicando incansable una y otra vez. Aquello era eterno, cuando al final, superaba la lección pasaba a la siguiente y así hasta acabar el manual. Las horas me parecían interminables y yo diría que eran días o semanas, incluso meses y hasta años. Seguía y continuaba como si no pudiera dejarlo hasta acabar los siete niveles de lecciones de las que se componía el manual. Al final terminé en mi pesado sueño el curso completo.

Me desperté agradecido de no seguir con esa tortura. Noté las manos pesadas y torpes como si realmente hubieran estado tecleando sin parar. Al salir de mi pasillo privado no me hizo falta mirar la hora, una tras otras sonaron doce campanadas en mi reloj de pared. Esta vez yo hubiera jurado que estuve años enteros en el zulo y a efectos de la realidad solamente dos horas como la otra vez. No era posible pero a mí me pasaba, el caso es que esa noche también dormí como un niño que buena falta me hacía.

Estuve varios días con las manos pesadas y torpes, por lo que mi teclado podía descansar tranquilo, dejando el tema musical apartado. Una tarde viendo casualmente un documental sobre la música clásica y como había evolucionado con el tiempo mostraban una partitura para demostrarlo. Sin darme cuenta y con la mayor espontaneidad ante la visión del pentagrama me puse a tararear las notas que allí aparecían.

Extrañado y confuso quise salir de dudas y empece a buscar web con partituras de temas musicales. Mi tarareo no se atragantó con ninguna tanto siendo conocida como nueva para mí. La prueba de fuego seria ver como la interpretaría con mi teclado. A pesar de sentir los dedos pesados estos se movían por encima de las teclas como si supieran cuál pulsar con precisión y sin duda alguna. La verdad que oírme yo mismo tocar me produjo una satisfacción como de alguien consigue un imposible. Mi nivel no era de virtuoso ni de un titulado de conservatorio pero si del buen aficionado que siempre quise ser.

En un par de meses había aprendido a leer en ingles y a tocar el teclado bastante dignamente. Aunque realmente habían sido respectivamente dos horas en mi pequeño cuartito aislado. Algo pasaba ahí dentro que se desconectaba del espacio tiempo y conseguía que mi mediocridad o incluso torpeza acabara en suficiencia y soltura. Necesitaría un tercer desafío para poder confirmar que algo fuera del conocimiento lógico pasaba en ese pequeño recinto.

No se hizo esperar el día o mejor dicho la noche y a las veintidós en punto entre a mi mini sala del conocimiento. En esta ocasión el reto sería más sencillo, solo quería comprobar si el tiempo iba igual dentro que fuera. Me puse la música, esta vez de una playa con la mar de fondo, y busqué un tocho de libro para leer en mi ebook. Al ser como prueba del tiempo empece la lectura practicando la rápida esa en la que conseguía ir a velocidad de vértigo pero no me enteraba de casi nada de lo narrado.

Yo creo que cada vez iba más rápido en mi lectura pero quitando algún nombre o cifra no me quedaba con nada más. Al ir tan suelto leyendo decidí acabar el tocho de novela antes de salir a comprobar la hora. A media historia el viento ya se había llevado todo y algo más de la novela y entonces empece a ver como eran los personajes de la misma, como actuaban, lo que decían o aquello que la autora decía que pensaban. Si bien del principio casi no me enteré el final lo podría recitar casi de memoria. Como se me hizo corto quise darle más tiempo a la prueba leyendo algo más. Tome el ebook y primero al azahar luego por orden me fui leyendo la biblioteca que allí dentro albergaba.

Al acabar tuve la curiosidad de ver cuantos libros había leído. No podía ser, trescientos ejemplares contenía mi ebook de los cuales varias docenas en inglés. Pero en esta ocasión no tenía constancia de haberme dormido solamente leía sin parar. Al salir pensé que oiría las campanadas de media noche pero no fue así por lo que mire el reloj de la cocina. Las doce en punto, un escalofrío como un latigazo ratificó mi extravagante teoría del pequeño cuarto aislado, al momento me acordé de que no había dado cuerda esa semana al reloj de la sala.


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