La tertulia de las diez: «El piso compartido»



Por mediación de El arca de las palabras del blog de Úrsula un nuevo relato para la ya conocida Tertulia de las diez.


Comprar una vivienda, salvo que seas rico o tengas un sueldazo, suele ser una tarea que nos puede llevar casi toda la vida, al menos para que puedas decir que es tuya en su totalidad. Si añades un par o alguna relación más, que se ahoga sin llegar a buen puerto, es fácil que empieces con las letras o pagar la hipoteca con más años de los previstos.

Eso fue, precisamente, lo que me paso a mi la década del dos mil. Al principio, con lo que tenía ahorrado podía subsistir decentemente, pero cuando la cartilla de ahorro se quedó a cero empezó mi agonía para llegar a fin de mes. Puse un anuncio en la cafetería del centro comercial, por ahí pasaba un montón de gente y podía hacer una selección para no tener que compartir mi casa con estudiantes o algún otro tunante.

En un mes solo tuve dos llamadas y, por el tono de voz, parecían ser ellos los que buscaban habitaciones con doncella y mayordomo. No obstante, yo semanalmente contaba las tiras con mi número de teléfono por si hubieran quitado alguna más. Aquella semana no había ni rastro de mi anuncio en el tablón, efectivamente habían pasado tres meses y solo las peticiones más nuevas figuraban colgadas.

Quise ser en esta ocasión algo más original, compré en la sección de papelería una etiquetas adhesivas de cuatro colores y un rotulador de trazo medio. Mientras tomaba mi café hice un juego manuscrito de mi anuncio y me dispuse a pegarlas en el tablón. Al acabar con mi labor me llegó un aroma de perfume muy peculiar, y mientras trataba de identificar la fruta del perfume, dos finos dedos con manicura roja despegaron con cuidado mi etiqueta de color fucsia.

Me volví completamente intrigado y en cuanto la vi fue literalmente un flechazo, supe que ella seria mi compañera de piso. Medio tartamudeando me identifique y la invité a tomar un café, en la misma frase, sin dejar de silabear. Ella tenia pinta de persona seria y, como yo, los veinticinco ya casi los duplicaba. En dos cafés nos pusimos al día y de acuerdo en las condiciones. Magda era funcionaria de rango medio alto y había pedido el traslado para poner distancia con su última pareja, además ella era originaria de aquí aunque ya no le quedaba familia alguna.

En cuanto a la casa el precio lo acepto sin regatear dejando claro que todo sería común menos nuestros respectivos dormitorios. La comida, limpieza y demás labores domésticas, las haríamos a medias alternándolas cada semana. Eso sí, antes de marcharse de la pensión donde estaba, querría visitar su nuevo y compartido hogar. Quedamos que el sábado pasara revista a la casa y sellamos el preacuerdo chocando las tazas de café. Solo tuve el viernes para dar un repaso a la vivienda, pero siendo tan parca de muebles, metí todo lo que no fuera imprescindible en el cuarto pequeño habilitado como trastero.

El sábado, casi sin haber dormido por los nervios, bajé a la cafetería de la esquina a esperar a mi cita deseando con todas mis ganas que quisiera ser mi compañera de piso. Para nada iba a ser esta convivencia algo sentimental. Es más, lo dejamos bien claro el jueves en el centro comercial, si nos surgía algo en ese aspecto, tanto ella como yo mismo no los llevaríamos a nuestro piso franco. Pensé que yo había llegado pronto pero era ella la que ya estaba allí desayunando.

A Magda el piso semi amueblado le gusto, menos trastos que quitar el polvo y más fácil de limpiar. En cuanto a su dormitorio quedó encantada al ver que era el que disponía de un armario empotrado. Para mi sorpresa, sin yo pedir nada, ella abrió el bolso y me entregó un sobre con el dinero de tres meses por adelantado. El acuerdo de mi piso compartido se había por fin consumado.

La convivencia con alguien en el plano sentimental es muy complicada y si no hay una una afinidad al final se acaba rompiendo. Ella y yo, en nuestras respectivas experiencias, lo podíamos constatar y a veces hacíamos risas de ello, viendo lo bien que nos iba a nosotros, por haber pactado de antemano las condiciones de nuestro particular acuerdo. Cuando teníamos ganas de palique coincidíamos en la sala o la cocina; cuando no, nos pasábamos el tiempo en nuestro cuarto.

Casi quince años estuvimos así, en esta simbiótica y armoniosa convivencia. Tan bien teníamos ajustados los roles que, en nuestro decimo aniversario, convinimos en adoptar un cachorro de perro bajo las mismas condiciones. Así fue como Duke nos unió más y, muchas veces para no discutir, los dos juntos le sacábamos a pasear. Gracias al ingreso extra pude hacer frente a la hipoteca con comodidad y hasta volver a ahorrar, tenia compañía y mascota ¿Qué más podía yo pedir?

Pues vino mi prejubilación con la indemnización pudiendo hacer frente a las letras aún con menos preocupación. Y como las cosas dicen que vienen de dos en dos, Magda me comentó que desde que vivía conmigo había podido ahorrar para comprarse un adosado, el sueño de su vida. Así, en cosa de unos meses, yo volvería a estar solo pero ahora al menos sin la necesidad económica de tener que compartir casa.

Llego el día de la partida de mi compañera de piso y nos quedaba solo pendiente una cuestión, ver con quien Duke quería quedarse. Como en un duelo del Oeste nos situamos, Magda con una maleta pequeña en puerta, yo en zapatillas al otro lado y el perro en medio mirando a uno y otro con indiferencia. ¡Ambos lo llamamos! Duke me miro como con lastima y al momento se fue meneando el rabo hasta la puerta. Normal que un perro de aguas prefiriera un adosado con jardín y regadora automática, a un piso sin ni siquiera bañera.

Ella como buena mujer ordenada había metido todas sus cosas en cajas rotuladas para la mudanza. Aquel lunes vinieron dos mozos de cuerda y se lo llevaron todo o casi. Yo no soy rencoroso, pero tenía una espina muy profunda clavada por este abandono de hogar y, antes que llegaran los de la mudanza, metí en el pequeño cuarto trastero una caja de ella que por la tarde luego bajaría al contenedor. A Magda le gustaba tener zapatos para cada ocasión y para mi esta esta fue la ocasión de tirárselos.

Al día siguiente todavía quedaban algunos pares entre los contenedores esperando a su Cenicienta.

Aunque no lo hiciera a mala fe sí fui consciente de que tendría consecuencias mi acción, pero lo de perder compañera de piso y mascota el mismo día fue muy fuerte para mí. Eso mismo estuve pensando cada tarde solo en mi sofá, esperando que se le pasará el cabreo y Magda me devolviera alguna llamada. Como cumpliendo una condena tuve que esperar seis meses y un día a que el móvil con la foto de mis abandonadores sonara.

Su voz sonaba muy relajada, normal, me dijo estaba recién jubilada y de salario topada. Luego se me puso muy seria para recriminarme lo de sus zapatos; yo solo acerté a disculparme, medio tartamudeando, como era mi costumbre en esas embarazosas situaciones. Finalmente, vino la invitación para ver a Duke y de paso su adosado ya completamente amueblado y decorado.

Aunque era miércoles, para los desocupados podía ser mejor día que el domingo o uno festivo. Ciertamente se alegraron de verme ambos, Duke parecía haberme echado de menos y Magda sin ningún reparo me plantó un beso que yo, por lo inesperado, no acerté a ponerme colorado; quedándome completamente pálido por fuera y encantado por dentro. Después de comer seguimos la conversación tratando de recuperar ese medio año de silencio. Yo no tenía prisa por irme, ni ella por echarme, así fue como pactamos que esa fuera nuestra primera cita.

Ya no tengo compañera de piso, solo compañera a secas, pero seguimos con nuestras viejas reglas y, según la semana que toque, compartimos su casa o la mía. Por cierto, me gustó su barrio residencial, tranquilo y sin mucho vecindario; así que vendí mi céntrico piso y compre el pareado de su adosado. Cada uno en nuestra casa, estamos encantados de compartirla con el otro; y Duke, como Dios, comiendo cada día en las dos.


2 comentarios sobre “La tertulia de las diez: «El piso compartido»

  1. ¡Hola, JM! Qué buen relato. Una historia redonda que nos lleva desde el pobre cincuentón solitario a un jubilado feliz, con una historia romántica muy original y bien desarrollada sobre unas bases bien planteadas, en este punto me recordaste el contrato de convivencia de Sheldon Cooper en la serie Big Bang. El desarrollo de los personajes, sus motivos, ese ataque de ira, esa «condena» hasta que ella comprende el por qué del acto de los zapatos… Desde luego que es una historia muy bien pensada y narrada. Un argumento que muy bien podría dar para una comedia romántica al estilo de las que protagoniza la Jenniffer Anishton. Un abrazo!

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    1. Hola, David. Me alegro de que te haya gustado. La línea que separa la Amistad del Amor es muy difusa y cada caso es único. Estos personajes ya escarmentados solo querían una convivencia en paz sin dar explicaciones ni tener intromisiones. Con el tiempo y por la fractura de su acuerdo perfecto la línea se acabó de definir. Lo de los zapatos fue más que una venganza un toque de atención y la condena determinaría que echaría más de menos, el calzado se repone más fácilmente que una buena amistad o un sentimiento. De hecho en seis meses cuando Magda recompuso su zapatero fue cuando se dio cuenta del detalle y la llamada fue su indulto para la reconciliación.
      Seguro que de todas las películas de comedía romántica que he visto hay aquí un algún paralelismo.
      Muchas gracias por pasar y participar. Un saludo 🖐🏼

      Me gusta

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