VadeReto (AGOSTO 2022).- Septiembre


Agosto 2022

El calor de aquel verano fue el causante de mi insomnio crónico. Cada noche me dormía más tarde para al día siguiente comportarme como un autómata sin espíritu y bajo de baterías. Este cansancio acumulado, semana tras semana, me produjo un desajuste horario tal que yo, enemigo acérrimo de las siestas, podía dar una cabezada a cualquier hora de la tarde o incluso antes del medio día.

Llegados a agosto mi descontrol del sueño me hacía imposible dormir por las noches y el calor de ese maldito verano me ponía además del peor de mis humores. Casi por desesperación cogí la costumbre de salir, pasada de largo la media noche, a deambular por la ciudad. En la calle a esas horas la temperatura era más agradable y con un paso tan cansino como despreocupado desgranaba incontables minutos recorriendo los parques y paseos, por supuesto bien iluminados, de mi urbano entorno. Finalmente, con las primeras luces en el horizonte, me sentaba en un banco y me dejaba llevar por ese sopor tardío que me traía el amanecer.

Esto no curó mi falta de sueño nocturno, pero sí supuso una medicina eficiente para poder empezar las mañanas sin la acostumbrada pesadez de no haber pegado ojo en toda la noche. Con esa hora larga de ensoñación, en mi primogénita siesta, también empecé a afrontar los días de mucho mejor humor. No fue hasta finales de aquel agosto cuando me percaté que siempre recalaba en el mismo banco para mi cabezada vespertina.

Al principio lo tomé como una casualidad, pero después me di cuenta de que mis aleatorios paseos siempre terminaban en las proximidades de aquella estatua. Mi ciudad no es grande y en las tres a cuatro horas de mi paseo que volviera a caminar sobre mis pasos en determinada ubicación era de lo más factible. Lo raro, en mi caso, fue la sincronización; de hecho, el tiempo tampoco era determinante, llegara media hora antes o justo casi amaneciendo, como por un acto reflejo, me sentaba en aquel mismo banco a dar mi ansiada cabezada.

La escultura no me decía nada en particular, ni siquiera era de mi agrado, pero cada madrugada era yo quien se sentaba justo enfrente de ella para dejarme llevar en ese adictivo primer sueño.

Acabó el calor de ese bochornoso verano, pero yo seguía con mi nocturna rutina como un hábito de culto obligado. Ahora ya no era por la cosa de la temperatura ambiente, mi insomnio se había hecho crónico y necesitaba seguir saliendo a pasear para poder echar, al filo del amanecer, mi cabezada sentado en el banco de la blanca escultura. Me daba igual la climatología que hiciera, con chubasquero, paraguas o plumífero, allí acababa yo; recalando como una estatua humana sentado frente a la anfitriona cada amanecer.

Siendo la parte opuesta de la zona de paso principal de los jardines —resguardada, además, por un compacto muro de arbustos—, mi presencia pasaba desapercibida y nunca tuve más compañía que aquella blanca mole de piedra. Así que mi secreto, estando a la vista de cualquier viandante madrugador, pasaba desapercibido.

Esta fresca noche del equinoccio de otoño —al menos no ha llovido como en las dos anteriores—, he tenido un sueño revelador que le ha dado todo el sentido a mi diaria peregrinación. Me veía a mi mismo, pero como yo era en mis buenos tiempos, mucho más joven, ligero de peso y hasta sonriente. Con esa optimista presencia fui recorriendo momentos de mi vida —muchos de ellos ya olvidados o escondidos en mi memoria— sin solución de continuidad.

Finalmente, fue aquella misma mañana cuando mi secreto fue desvelado. A eso de las nueve, algo más tarde de lo que yo solía abandonar mi banco de ensoñaciones vespertinas, uno de los encargados de la limpieza del parque se encontró con un viejo sentado en el banco enfrente de la gran estatua. Al verlo allí inmóvil, tieso y frío como un carámbano, llamó al 112.

La ambulancia de urgencias no tardó mucho en llegar, pero solo pudo certificar la muerte de aquel señor mayor enfundado con boina y un plumífero azul marino. Con la identificación posterior del finado se supo que no tenía mayor dolencia que vivir solo en un pequeño piso. Los vecinos tampoco pudieron aportar mucho más acerca de él —al pasar dicho individuo casi desapercibido en la comunidad— salvo los acostumbrados intercambios de saludos en el portal.

Epílogo

La verdad es como un puzzle en el que cada uno tenemos una pieza, pero que al ir juntando solo unas pocas más ya nos creemos capaces de intuir el resto. Lo cierto es que nos equivocamos y nuestra presunción de conocimiento no pasa, generalmente, de ser una hipótesis más o menos factible.

Yo como actor protagonista y ahora testigo silencioso de todo lo acontecido puedo aportar, al menos, algo más de información. Eso sí, subjetiva en el primer caso —todos vestimos nuestra realidad a las inclemencias de las circunstancias—, pero del todo desnuda y real con mi nuevo rol contemplativo.

Se puede estar solo rodeado de gente y bien acompañado aun teniendo la existencia de un ermitaño. En mi caso mitad y mitad, socializaba sin problema, pero con la edad preferí ser mi propia condena que una tortura para alguien próximo. Lo que de verdad me desquició fue el insomnio por el puto calor; aunque, eso también, debió ser una señal preparatoria para coger mi último tren.

Que fuera a ese lugar en concreto del parque, junto a la gran estatua blanca, también tiene ahora su explicación. Los portales de Almas gustan de representaciones artísticas y las esculturas de piedra o bronce son muy solicitadas. Sobre todo cuando no representen motivos heroicos; a las Almas los símbolos les trae sin cuidado.

Está claro cual fue la elección de mi Alma para acceder a nueva morada. Yo pensando que iba allí por la estatua de piedra y era este bronce, que dicho sea algo se parece a mí, quien me tiraba los tejos.


6 comentarios sobre “VadeReto (AGOSTO 2022).- Septiembre

  1. Buenos días, JM.
    Maravilloso relato. 😍😍😍
    Con el andar sosegado de tus paseos nocturnos nos cuentas una historia en apariencia sencilla, y hasta dulce, que se trastoca en otra mucho más profunda y emocional. La soledad aceptada a veces de forma voluntaria, o inevitable, se transforma luego en asumida y sufrida.
    Dado que soy insomne, la historia me atrapó desde el principio, aunque yo más que de salir a pasear, soy de levantarme de la cama y ponerme a leer o tontear por las páginas de Internet. Vivo en una ciudad muy tranquila, pero lo mismo me encuentro con espíritus o presencias juguetonas. 😝
    Me ha encantado esta frase, con la que estoy totalmente de acuerdo y que tantas veces yo mismo comento: «Se puede estar solo rodeado de gente y bien acompañado, aun teniendo la existencia de un ermitaño».
    A pesar del bullicio de las calles, de las Redes Sociales, de tantísimas formas de conectar con el mundo, la Soledad se adueña de una sociedad que se empeña en aislarnos. Sobre todo cuando uno se va haciendo viejo.
    Ese final, el alma convertida en estatua de bronce, es una ¿triste?, emotiva y maravillosa forma de terminar el relato. ¡Me encanto!
    Felicidades, amigo. 👏🏼👏🏼👏🏼
    Un abrazo espumoso. 🍻🍻🍻🍻

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  2. Buenos días JM.
    La soledad, ¡menudo tema! Buscada o simplemente aceptada con resignación y/o tristeza.
    Coincido con Jose, estoy totalmente de acuerdo con esta frase, que es de una veracidad indiscutible: «Se puede estar solo rodeado de gente y bien acompañado, aun teniendo la existencia de un ermitaño».
    Esa primer persona del relato, me metió totalmente en el personaje. Sentí la desesperación y el cansancio que se iba acumulando, busqué el alivio en la gran escultura blanca y finalmente la ficha hizo un clicq, desvelando el sentido de todo el puzzle. Pasar a la nueva morada de la mano de este bronce, no está nada mal. Una apropiada y agradable elección.
    Un abrazo JM

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    1. Hola, Marlen. Todavía ando a tirones, sin coger ritmo, con el blog y contesto a la semana. La experiencia, más que la edad, cuando es lección aprendida es buen pilar de sabiduría. El protagonista aúna ambas facetas y por ello accede a la verdad de su propia existencia. El insomnio solo es el detonante o aviso de que está próximo su cambio de barrio y se va adaptando al mismo.
      Saludos y gracias por comentar.

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  3. ¡Hola, JM! Es que la peor soledad es la compartida, porque no solo te sientes solo, sino que además te sientes atado a esa compañía. Un relato estupendo en el que la noche y esas estatuas logran crear un ambiente único para las divagaciones del personaje. Un abrazo!

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