Dicky & Ricky «El caso del pendiente de brillantes»


Dicky & Ricky agentes secretos

Para los videntes la observación se basa casi por completo en lo que perciben por los ojos. En mi caso son el resto de sentidos los que me informan de todo lo que ocurre a mi alrededor; bueno, y Dicky mi perro lazarillo, que me avisa por si algo se me escapa. Por eso formamos el mejor equipo de detectives del barrio.

El caso del pendiente de brillantes

He vivido con mi hermana toda la vida. Normal, ella es mayor que yo aunque no voy a decir exactamente los años que me saca; como buen agente secreto o detective la discreción es fundamental máxime siendo alguien de la familia. El caso es que Lina, Carolina para sus amigas y solo Carol para sus novios, ha sido mi entrenadora personal desde que tengo recuerdos. Jugáramos a lo que fuera, yo me llevaba los trompazos, y ella ganaba. Al principio yo tenía mal perder, pero después del rato de frustración la volvía a buscar para un nuevo juego. Con el tiempo e innumerables tropiezos, golpes y hasta alguna escayola, empece a empatar y hasta a ganar. Por ejemplo, a la gallinita ciega (que nombre más apropiado para un juego), jugábamos si venían sus amigas a casa; hasta que se dieron cuenta de que, sin tocarlas, ya las conocía por el olor.

Así mi infancia de juegos con Lina fue un puro aprendizaje, para valerme con más soltura de la que se le podía presuponer a un invidente. Mi licenciatura de ese particular campamento coincidió con la edad en que Ella empezó a tontear con los chicos. Yo me hacía el despistado cuando hablaba con ellos por teléfono, pero me enteraba de todo; y, aunque guardaba el secreto de sus citas a nuestros padres, si la advertía de las intenciones de sus ligues. Lina se pensaba que lo hacía por fastidiarla y pasaba de mí, pero cuando se llevó un par de chascos empezó a ver en mí un buen aliado para evitarse más desengaños. Era divertido como a gallitos tan creídos de sí mismos, en cuanto yo le hacía a mi hermana la seña convenida, los mandaba a paseo sin contemplaciones; Ricky era su polígrafo personal, por supuesto con la máxima discreción, y ahora ya con Dicky completamente infalibles.

Esto me recuerda la ocasión que yo la di el visto bueno a una cita con un tipo tímido de voz algo temblorosa, pero sincero en cuanto a sus intenciones. Ese fin de semana estábamos los dos solos, y yo con catorce años, ya podía valerme sin mi hermana de carabina para cuidarme. Lina, después de una buena temporada saliendo solo con sus amigas, había vuelto a quedar y estaba bastante nerviosilla por ello. Todo iba bien hasta que al arreglarse se dio cuenta de que la faltaba un pendiente. Desde que nuestra madre la regalo los pendientes de brillantes de la abuela no se los quitaba nunca, debían ser algo digno de verse, a mí solo me parecían una cosita bastante menudita como con unos trocitos aún más pequeños de cristal.

Salió del baño fuera de sí y puso su habitación patas arriba tratando de encontrarlo. Debió estar así como una hora sin ningún éxito para acabar sentándose en el sofá abatida y sin la menor gana de salir. Yo lo notaba, como si la viera, por su angustiada forma de respirar. Me senté y le pasé la mano por el cuello, como ella misma me enseño cuando era yo el afligido. Tenía el pelo húmedo e instintivamente le dije que si había mirado bien en el baño. Su llanto contenido vio una pequeña luz de esperanza y rápidamente fue al servicio. A los diez minutos, no mucho más, regreso si cabe más cabizbaja. Me puso mi mano sobre su palma, note algo metálico y minúsculo, había encontrado la tuerca del pendiente. Daba por hecho que al secarse el pelo la joya se hubiera ido por el desagüe y con suerte estuviera en el sifón, o para siempre perdido.

Sin mediar palabra decidí hacer mi propio examen del cuarto de baño y si fuera necesario hasta desmontar ese dichoso sifón. Me repartí el aseo por zonas, lavabo, plato de ducha, taza del váter, armario de toallas, cesto de la ropa y lavadora, para ser de lo más exhaustivo en mi búsqueda. A medida que acababa cada una de las secciones mencionadas, rápidamente me lavaba las manos y me las secaba exhaustivamente, para aumentar mi tacto y eliminar cualquier textura u olor; en un baño, a ciegas, no se sabe muy bien que puedes acabar tocando. Cuando vacié la lavadora encontré la toalla mediana con la que Lina se había secado el pelo, estaba bastante húmeda y olía a champú. La palpé con mucho cuidado pensando que se podía haber enganchado en ella el dichoso pendiente.

Pues no, no estaba allí trabado, lo único que note, en uno de sus extremos, fueron unos hilos algo más sueltos que el resto. Al momento se me iluminó la imaginación y con muchísimo cuidado, acabé de vaciar el tambor de la lavadora. Durante dos minutos fui palpando centímetro a centímetro esa pieza redonda y metálica llena de agujeros. Justamente, detrás de la goma del gran ojo de la lavadora, reconocí unos particulares cristalitos en mis yemas. Me puse el pendiente de la abuela en la mano derecha y la cerré con cierta fuerza, no fuera a ser que ahora yo lo perdiera nuevamente.

Como buen detective, en aquella época todavía en prácticas, quise mantener el suspense hasta la última escena. Me senté al lado de mi hermana y ella me abrazó como reconociendo mi intento por ayudarla. Yo también le pasé mi mano izquierda por el cuello, como la vez anterior, solo que ahora la separé para arrearle una colleja. En esta ocasión no se inmutó pensando que era un justo reproche por su descuido. A continuación, esa misma mano suelta fue andando como una araña por su brazo hasta pararse en sus dedos; ahora ya sabía donde poner mi otra mano con su brillante sorpresa.

Lina no acertó a decir palabra alguna, pero por su suspiro de alivio no hizo falta. Recogió el baño, a saber como yo lo habría dejado con mi meticulosa búsqueda, y acabó de arreglarse para su cita con mister voz temblorosa. Ya en la puerta y después del sermón de hermana haciendo de madre; que fuera bueno, que si me pasaba algo la llamara por el móvil, y todo eso; me cogió las manos para que yo volviera a tocar los sentimentales cristalitos de los lóbulos sus orejas. A continuación, la cabrona de ella, me planto un sonoro beso en los labios; de sobra ya sabía las arcadas que me daba el sabor del carmín.


4 comentarios sobre “Dicky & Ricky «El caso del pendiente de brillantes»

  1. ¡Qué bueno, JM Vanjav! El elenco de personajes se amplía y, además, el personaje comienza a mostrar su pasado. Una lectura superentretenida en la que estamos casi encima de él palpando ese baño en busca del brillante. Y una resolución muy lógica con ese desgarro de la toalla. Por cierto, como curiosidad, el otro día descubrí ese espacio por primera vez… y es que como se suele decir no hay peor ciego que el que no quiere ver. Estupendo el desarrollo de este personaje que va a toda máquina!! Un abrazo

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