La tertulia de las diez: «El condenado paciente»


Por mediación de El arca de las palabras del blog de Úrsula un nuevo relato para la ya conocida Tertulia de las diez.


El sonido de las gotas de lluvia en los barrotes del pequeño ventano resultaban de lo más relajante para el preso de la celda de los condenados. Lone con los ojos cerrados se concentraba en ese tintineo mientras su mente viajaba recreando los momentos más emotivos de su vida. Esta última noche, al amanecer se cumpliría su ejecución, aunque este reo la pasará en vela no tendría tiempo de repasar tantos momentos de su vida que merecieran un último recuerdo.

Se había fugado diez veces en los últimos cinco años, su condena por desacato fue acumulando años con sus continuas escapadas de los diversos centros penitenciarios donde iba recluido. En esta última ocasión, ya debía al estado dos cadenas perpetuas pero con la nueva ley que establecía la pena capital para sentencias mayores de 50 años ya no habría otra noche más para este condenado.

Lone, el solitario, hace cinco años fue acusado de ir contra de las instituciones por su comentarios públicos con doble sentido en las redes sociales. Si se hubiera callado la boca durante el juicio, seguramente, todo habría quedado en una multa; pero no, tuvo que confirmar con sus declaraciones, de que lo escrito fue hecho con plena convicción. Puestas así las cosas y con sus replicas al juez, este se lo tomo a pecho condenándole a cuatro años por desacato.

A los seis meses en la cárcel, nuestro convicto, ya había encontrado un punto débil en la seguridad, cuando los fines de semana el panadero solo pasaba un simple control a su salida del centro penitenciario. Así que un domingo decidió acompañarlo y darse un garbeo por la ciudad. Al final, la excursión duró casi tres meses, y se dejo coger por el ridículo que la policía ya estaba dando en la prensa diaria.

De vuelta al hogar carcelario, esta vez en un centro de mayor seguridad, Lone se lo tomó con calma y estuvo casi un año siendo un preso ejemplar. Había encontrado ocupación en la biblioteca y, después de un par de semanas para organizarla, se pasó el resto del tiempo leyendo. Al llegar la Navidad le apeteció darse otro paseo, sin prisa, por el exterior. Aquí solo tuvo que suplantar a un funcionario en practicas con el que tenía cierto parecido y así salió por la puerta principal cogiendo el autobús para ir, de nuevo, a la ciudad.

A finales de primavera, después de haberse dado unos cuantos baños en el mar y estando ya, como se suele decir moreno, decidió dejar de dar de comer a la prensa había vuelto a poner a la policía de paletos para volver otra temporada a la sombra. En esta ocasión ya fue enviado a un penal y al alcaide le falto tiempo para amenazarle seriamente si era pillado en un nuevo intento de fuga. El desafió para Lone era algo superior a sus fuerzas y, como no, en un mes ya había dejado en evidencia al airado alcaide.

Como no tenía mucho de interés por estar fuera, además en agosto por Madrid no hay quien pare de calor, una tarde se sentó a picar algo en el bar de enfrente de la comisaria. Casi ya iba a entrar directamente al cuartelillo de los nacionales, al ver que ni se habían enterado de su presencia justo delante de sus morros, cuando un agente novato creyo reconocerlo y, finalmente, se atrevió a darle el alto.

A partir de ahora las entradas y salidas del penal eran estacionales, tres meses dentro y tres fuera. Al no haber violencia ni en las escapadas, ni resistencia en las posteriores detenciones, solamente engordaba el tiempo a cumplir de condena, siendo el alcaide el solicitante del máximo tiempo. Así los cuatro años originales, por fugas reincidentes, ya eran ochenta y cinco.

En esta última noche, aún si hubiera querido, se habría podido escapar; cuando estando en el patio, cayó un tremendo chaparrón y con el capote del vigilante, hubiera podido engañar al personal de control, que abriera la verja de los funcionarios, y una vez dentro ir a sus vestuarios a cambiarse saliendo de paisano con el pase de alguno de ellos. Pero no le apetecía, prefirió tener su última cena y pasar la noche relajado pensando en sus cosas mientras oía llover.

A las siete en punto el propio alcaide le trajo el desayuno, es más se sentó a desayunar con Lone. A pesar de las escapadas y de las posteriores capturas, cada uno en su lado habían aprendido a respetarse y de hecho, cuando no había nadie más delante, sus dos almas solitarias mostraban la sincera amistad que se tenían. Para el funcionario también era su último día, se jubilaba y quería despedirse personalmente de ese preso tan rebelde.

A las ocho vinieron a buscar al reo, este estaba perfectamente arreglado y no opuso resistencia alguna. Cruzaron el pasillo, él era el único preso en ese ala de los condenados, siguieron hasta la enfermería donde se supone que le darían la inyección letal pero pasaron de largo. Subieron a la primera planta y allí sus compañeros de celda golpeaban con el puño, a modo de despedida, a su paso. Al final el nuevo alcaide en su despacho lo recibió y le entrego el documento que indicaba su ejecución inmediata para ser excarcelado.

A la entrada del penal, el día era gris y la lluvia persistente, un coche aparcado junto a la puerta esperaba. Lone salió por primera vez de un centro penitenciario, sin escaparse con todos los papeles en regla, tal vez por eso las gotas solo le producían frescor. Al llegar a la altura del vehículo reconoció a su alcaide durante casi cuatro años y le aceptó la invitación. Dentro del coche lo primero que oyó a viva voz fue: Ya no soy tu alcaide, y me gustaría que me llamaras por mi nombre Hope. El coche arrancó entre las risas de ambos, el destino daba igual, la compañía era una prisión de la que ninguno de los dos tenia intención de fugarse.

P.D. La broma de la ejecución se le ocurrió al alcaide, alcaidesa, al ver la propuesta de ley de un grupo radical del congreso. Al final no salió adelante, pero ella muy ladina, invirtió el resultado haciendo una especie de circular penitenciaria con la noticia así adulterada. En cuanto al indulto, también fue ella la que insistió, acumular años por la condena de una pataleta de un juez tampoco era de justicia. Al examinar sentencias parecidas, de ese magistrado, se vio que andaba un poco senil y, en cosas de poca monta sus sentencias, resultaban desproporcionadas, jubilación forzosa e indultos para los afectados fue la solución que tomaron. Con Lone, por sus continuas fugas, fue un poco más complicado, pero Hope hizo honor de su nombre no perdiendo la esperanza del indulto.


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