Por mediación de El arca de las palabras del blog de Úrsula un nuevo relato para la ya conocida Tertulia de las diez.
Su cadencia de taconeo iba aumentando desde que percibió un eco en sus pasos, había estado paseando toda la tarde, para patear y conocer el barrio donde se iba a incorporar a trabajar la siguiente semana. La noche la había pillado sin enterarse gracias a la niebla, ahora más espesa y totalmente difuminada con el alumbrado público. Sabía aproximadamente donde tenia el Hostal y que si cruzaba por la siguiente bocacalle atajaría un buen trecho. No estaba nerviosa pero esos pasos entre la niebla la estaban incomodando.
Sólo eran las nueve pero no había un alma en toda la avenida, más que la suya empezando a latir con fuerza, bajo su pecho; y la de su perseguidor, oculto por la niebla. Al llegar al cruce de la calle, no lo dudo y se decidió por el estrecho callejón que la dejaría a unos metros de su hospedaje; además, su acosador, seguramente, la perdería y cuando quisiera volver sobre sus pasos ya no tendría tiempo de alcanzarla.
Si la avenida, totalmente solitaria y con esa niebla de cuchillo, imponía respeto; la callejuela, que cruzaba en sesgado hasta enfrente de su destino, daba miedo, tan estrecha y casi sin luz, parecía el auténtico puré de guisantes londinense. El resonar de sus pasos retumbaba en el adoquinado como un redoble, y de fondo, los otros pasos, más apagados, pero a su mismo ritmo.
Ya tenia que estar a punto de salir a la avenida principal cuando sintió un pequeño golpe en la espalda, el miedo la paralizo en seco y asumiendo que podría ser su último minuto de vida se volvió, lentamente, para dar la cara a su perseguidor. Unos ojos mirando al infinito, fríos e inexpresivos, la escrutaban sin ningún pudor ni respeto. Ella presintió lo peor, pero el terror la tenia tan inmovilizada que no veía posibilidad alguna de reacción.
— Perdone, le he tropezado sin querer, me puede decir si por aquí voy bien para el Hostal el Roble. Es de mi hermana, he llegado hace unos días y todavía no me oriento bien en estas calles.
Ella bajo la vista y vio la mano, que un momento antes toco su espalda, sujetaba un bastón blanco. Esta vez el corazón le latió como un tambor, de alegría; noto como la sangre volvió a dar color a su palidez y las mejillas le empezaban a arder. El ciego no vería su sonrojo, pero seguro que si oiría el desenfrenado latir de su corazón; al pensar esto, todavía se sentía más colorada, pero sentir vergüenza no es ninguna deshonra, respiró profundamente. Cogiendo del brazo libre al buen hombre, cruzaron la calle; al fondo, un letrero, totalmente difuminado por la niebla, parecía querer poner Hostal.
¿Qué será el miedo, verdad? Lo palpé en tu relato, como a veces lo he sentido en la vida real.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Pues sí U, la imaginación nos puede jugar malas pasadas si se alia con nuestros miedos,
Me gustaLe gusta a 1 persona
Interesante relato. No dejas de sorprenderme. Enhorabuena.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias Mar 😀
Me gustaMe gusta
Diferente género!
Vaya suspense…
A mi también me daban paranoias de esas a veces,
sobre todo de jovencita casi adolescente, haciendo caso a nuestras madres, que al ver nuestro rápido desarrollo y ver crecer nuestro cuerpo, nos avisaba: cuidado hijiña, no te vaya a pasar algo, si ves que algún desconocido se te acerca mucho, sal corriendo o pide ayuda.
Ja ahora yo soy madre…
Una paranoica más diciéndole a mi hija:
Por favor en cuanto llegues
me llamas.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Ser precavidos, en exceso, nos hace paranoicos. Y, en esta ocasión, solo en susto se ha quedado 😁🖐️
Me gustaMe gusta
Si y si apuras un poco la historia, harta se podían liar después, quién sabe😬
Me gustaLe gusta a 1 persona
Bueno, yo el toque romántico, lo dejo abierto para imaginación del lector. Así cada uno, a su gusto, le pondrá el final 😁🖐️
Me gustaMe gusta