Publicado en reflexión, relato

La tertulia de las diez: «El vidente»

Por mediación de El arca de las palabras del blog de Úrsula un nuevo relato para la ya conocida Tertulia de las diez.


Hace unos meses presencie con bastante curiosidad como el pequeño bajo de enfrente lo habían vuelto a abrir y lo estaban arreglando. Toda la vida fue un puesto de revistas y chucherías, cuando se jubiló D. Ramón nadie quiso hacerse cargo, a pesar de la clientela fija. La prensa daba para pagar el alquiler y los gastos pero las revistas, con Internet, ya casi no tenían venta y la academia del barrio ahora solo impartía cursos para adultos; así que las chuches ya no se vendían tampoco.

En unos pocos días ya estuvo el negocio montado, el escaparate ya no dejaba ver el interior al haber colocado una tupida cortina, lo que si se pudo saber por el cartel era lo que allí se iba a hacer:

Dimitri psicólogo y vidente

La primera semana no parecía entrar nadie en los escasos cuatro metros cuadrados del local del Dimitri, tal vez por apuro de ser vistos ya que tanto para tratamiento psicológico o para que te adivinen el futuro era comprometido que en el barrio todos nos conocemos. Pero como quien no quiere la cosa el goteo de clientes empezó a ser casi continuo, algo que al bar de Rafa, el de la esquina de mi calle, le vino muy bien; porque lo usaban de sala de espera, tomando un café, ya que tenían visión directa del consultorio mientras esperaban su hora. 

Yo no albergaba intención alguna de visitar a Dimitri, de hecho nunca había coincidido con él y no sabía ni como era físicamente, no era para nada seguidor ni por curiosidad de ese tipo de cosas. Pero el mes pasado, una depresión o bajón de mucho cuidado, me vino al enterarme casualmente que la pequeña casita rústica con su parcelita de terreno, la que yo quería desde la primera vez que vi, estaba a la venta; sí la pequeña casa de campo solitaria, justo donde la ciudad pierde su nombre dando paso al campo abierto, a media hora de todo y a la vez oasis de paz; más de veinte años esperando la oportunidad y viene ahora que como pensionista ningún banco me va prestar los 100.000€ del cartel de venta negociable.

Mi problema era más de psicólogo que de adivino y me dio como buenas sensaciones probar con Dimitri. Por teléfono era bastante complicado porque o comunicaba o te pasaban a llamada en espera, la locución automática decía que haciéndolo vía web se podía concertar cita más cómodamente. Probé a través de Internet y después de darme de alta, cumplimentar un cuestionario pagar los 50€ de derechos y gastos podía acceder a un calendario donde marcar una hora libre para ser atendido. Así lo hice y no me pareció tampoco caro, además ya había un banner bien grande avisando que los clientes registrados en las siguientes visitas solo tendrían que abonar 10 o 20 euros según fuera de seguimiento o completa.

Yo no me tomé un café en el bar de Rafa mientras esperaba mi hora con Dimitri, era medio día y me apetecía más una caña con esas tapas ricas con las que el barman cuida a su clientela. Casi  no pude saborear mi cerveza cuando vi que salir a una señora del consultorio y una mano desde dentro volteaba el cartelón que antes decía ocupado a disponible. Al entrar lo primero que me llamó la atención fue ver lo bien aprovechado que estaba ese pequeño local, al no tener el mostrador parecía el doble de tamaño, pero para una mesa, tres sillas, otra mesa pequeña con una lámpara encima y una estantería en el fondo, los cuatro metros cuadrados eran más que suficientes.

Nada mas entrar Dimitri me reconoció mirando los datos de su portátil, así es fácil adivinar pensé para mi. Mi visita era de media hora y en el primer minuto me enteré por mi interlocutor de todo, incluso de cosas que no me hubiera atrevido a preguntar. 

–Soy Dimitri Pérez García, soy español, el nombre es por mi abuelo marinero ruso que le dieron la nacionalidad por ser hijo española cuando él se jubiló. Tengo un don natural, no se si de origen español o ruso, para acertar ciertas cosas o aconsejar en casos de duda. Como todo esto no suena muy ortodoxo estudie psicologia y obtuve un doctorado por estudios sobre la bipolaridad sintomática, en la pared puedes ver los títulos con los sellos originales. Ahora empecemos con tu problema, yo tuteo a todo el mundo es una forma de evitar distanciamientos tanto sociales como de confianza.

Lo dicho en un minuto; Dimitri que era relativamente joven, no más de cuarenta y cinco años y tan normal como cualquiera, vistiendo, hablando y de hasta de aspecto, yo mismo con veinte años menos; me puso al día y yo hice lo propio con mi problema de falta de solvencia para la casita de mis sueños y la depresión que me producía esa impotencia.

–Tu problema,  es más el sentirte solo que el dinero, has hecho de esa casa, apartada pero a medio camino de tu mundo, tu máxima meta en la vida. Si tienes una persona especial y por tu forma de mirarme disimulando, veo que así es, da primero el paso con esa persona y luego habláis lo de la casa. Seguramente ambos, queréis vuestra libertad y también, de vez en cuando compañía, esa casita puede ser refugio y posada a la vez.

Yo no sabía si estaba más alucinado que sonrojado, me expuso algo que llevaba años dando vueltas y que seguramente a ella le pasaría lo mismo. Al acabar el tiempo, Dimitri me dio una hoja de papel con un esquema bastante legible de todo lo que me había expuesto. A mi me falto tiempo para llamar, a esa persona especial como mi psicólogo adivinó, y eso que ya habíamos quedado esa tarde para ver una exposición fotográfica.

La verdad es que todo cambia cuando y como menos se espera, a ella también le gustaba esa casita en tierra de nadie y que fuera, como dijo Dimitri, refugio y posada le encantaba así que entre los dos pudimos reunir sin demasiados problemas el dinero y allí estamos ahora, unas veces entre semana, otras los fines de semana, a veces ella, otras yo y la mayoría de las ocasiones los dos juntos.

Hay que reconocer que Dimitri tiene un don, igual no adivina pero sabe como ayudar a salir a su clientela de sus problemas, será porque es buen psicólogo también. Todos, alguna vez, necesitamos tener un Dimitri enfrente de casa.