A pesar de la sensación de frío y de esa humedad que parece no secar nunca, un día lluvioso es descanso para para la mente y un lavado de Alma. En la estresante rutina diaria hace falta un parón, por fuerza mayor, como ese día que diluvia y nos inunda todas la previsiones.
Ese día que nos enfria el cuerpo y nos incomoda la realización de cualquier actividad, desde que empezamos a oír el tintineo de la lluvia en en los tejados vecinos y en los propios cristales.
Con esa sensación, de que no vamos a llegar a entrar en calor en toda la jornada, comenzamos la andadura habitual, emplazándonos hasta el ansiado regreso a casa.
Nos permitimos, ya de camino a nuestro hogar, mojarnos mas de la cuenta para poder llegar antes; con ese agua de lluvia, que creemos sentir hasta en los huesos, que deseamos nos llegue el Alma también. Testimonial penitencia, de frío y humedad, para nuestra invisible y sufrida compañera.
Ya, en casa reconfortados, con ropa seca y una taza de café calentádonos las manos, disfrutamos de ese momento de aromática paz, mucho más que cualquier otro día por bonito y soleado que hubiese sido.
Una de mis cosas favoritas, la lluvia, la gente siempre me critica porque sonrío mientras la veo caer, pero es que a mi me da una tranquilidad inexplicable. Más allá de la corredera que me representa tener que llegar a casa, y del posible resfriado que podría pescar por llegar mojada hasta las rodillas, después de un baño y con una taza de café, volver a la calma y continuar mirándola me hace sentir deseos de escribir, de cantar, de dejar ir. De tantas cosas que me transmite el solo escuchar el golpeteo en la ventana.
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El sonido de la lluvia es relajante y, hasta un poco, yo creo que nos lava por dentro. Sí, de vuelta a casa, no importa tanto, mojarse. Y muchas gracias por los comentarios,
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Gracias a ti, ha sido un placer leerte aquí y en mi blog jeje. Un abrazo.
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Bueno, es recíproco, 🙂
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